La mayor parte del mundo continúa siendo aliado y simpatizante de Israel y de su pueblo, pero no sucede lo mismo con el gobierno de Benjamín Netanyahu y sus socios mesiánicos. Dos hechos confirman la observación.
El primero, la solidaridad global inmediata con el país que se produjo tras el cruel asesinato de los dos funcionarios de la Embajada de Israel en Washington, a manos de un fanático devenido en terrorista. El otro, esta misma semana, con el portazo sin precedentes que la UE junto a Gran Bretaña dieron al Ejecutivo israelí por la pesadilla de la Franja de Gaza y las sospechas de que la operación militar, al costo de decenas de miles de vida de civiles, está contaminada de intereses políticos.
Una visión que en su medida comparte el republicano Donald Trump y la expuso en su gira entre las coronas árabes del Golfo que demandan una solución política real del histórico conflicto palestino con la creación del Estado de ese pueblo. Por supuesto, Netanyahu culpó del crimen en Washington al reproche europeo, una mirada por lo menos polémica.
Trump que, como dato lateral, aceptó un avión de US$ 400 millones obsequiado por la corona de Qatar, que es la mediadora con Hamas y ha sido canal de financiamiento de esa organización también desde la propia Israel, abrió, además, la puerta a convenios nucleares “civiles”, con el reino saudita. Privilegio, esa energía, que en la región solo retiene Israel. A esas novedades se sumó la negociación de la Casa Blanca para la liberación de un rehén de origen estadounidense secuestrado por la banda terrorista en el ataque del 7 de octubre de 2023 . Todo sin previa consulta con Netanyahu.
Dato adicional del desgaste y la impaciencia: no se habla ya de que Riad establezca relaciones con Jerusalén debido al bloqueo a la Solución de Dos Estados. Se frustra así una de las mayores aspiraciones de Israel que ha mantenido vínculos con la corona saudita con la intención de intercambiar embajadas y exhibir el gesto como el cierre definitivo del capítulo palestino. Netanyahu y sus funcionarios han sostenido que los Acuerdos de Abraham, impulsados por Trump en su primera presidencia y que sellaron relaciones diplomáticas entre el Estado judío y países árabes, exponían el desinterés de la región por la causa de ese pueblo. No es así.
Netanyahu ha sido un enemigo permanente de esa solución defendida por EE.UU., Europa y la ONU para apagar la “mayor usina de odio de la humanidad”, como describía a este conflicto el historiador Eric Hobsbawm. Urgencia que comparten los regímenes autoritarios de las potencias árabes, que necesitan un vecindario tranquilo que no inflame de furia sus poblaciones. Eso implicaría, también, cesar la política de colonización de los territorios palestinos. La presión internacional en ese aspecto se ha multiplicado, así como el reconocimiento multinacional del Estado palestino que, vale recordarlo, Hamas como Netanyahu, también repudia.
Críticas y exigencias
En ese sentido, en la demanda de Londres y Bruselas no hubo solo el reproche por el peligro de la hambruna que amenaza a los gazatíes debido al cierre al ingreso de suministros, abierto ahora de modo rudimentario por la presión internacional. El reclamo fue aún más alto; pidió el final de una guerra que se ha desmadrado.

Netanyahu defiende la estrategia de guerra permanente y “la captura completa de Gaza”, como se titula la Fase Tres de la actual operación militar, con el argumento de rescatar al resto de los rehenes. Pero la mayoría de los israelíes, según las encuestas, y los aliados internacionales del país, sostienen que la negociación es el camino para lograr ese propósito.
La gestión de la Casa Blanca por su ciudadano buscó confirmarlo. Y esa ha sido la esencia de la tregua de este año impulsada por Washington y que consiguió el regreso de una treintena de cautivos, pero que el Ejecutivo israelí rompió en marzo pasado para evitar cumplir con el compromiso pactado de cesar la guerra y retirar al ejército. Un retroceso que desnudó las intenciones paralelas de utilizar la crisis para sostener al gobierno y justificar la limpieza étnica del enclave y su colonización. Nada que los ministros ultras escondan.
“Gaza será completamente destruida, los civiles serán enviados al Sur, a una zona humanitaria sin Hamas ni terrorismo, y desde allí empezarán a salir en gran número hacia terceros países”, afirmó a comienzos de ese mes en la colonia de Ofra en Cisjordania, el influyente titular de Finanzas, Bezalel Smotrich. Personajes como el militar retirado Giora England, entre otros, han planteado que no hay inocentes en la Franja y defendido “crear una crisis humanitaria “ como la actual para presionar a Hamas. “Epidemias en el sur (de Gaza) acercarán la victoria y reducirán nuestras bajas”, llegó a escribir. Esas voces no han recibido una condena concluyente por parte del Ejecutivo.
Lo que revela el escenario es una debilidad existencial del gobierno. Uno de los halcones más duros del gabinete, Itamar Ben-Gvir, del partido Poder Judío y discípulo del rabino racista Meir Kahane, renunció en rechazo de un eventual cese del fuego. Si lo acompañaba Smotrich, el gobierno de Netanyahu se desplomaba. Para evitarlo, el líder opositor centrista, Yair Lapid, le había ofrecido al premier un auxilio político si dejaba ir a los integristas y cumplía con el pacto de la tregua, pero el mandatario coincide con el pensamiento de sus socios ultras y todo volvió para atrás.

Con estos perfiles, la impaciencia internacional no debería sorprender. El canciller británico David Lammy, que firmó un durísimo comunicado junto a Francia y Canadá contra la guerra, repudió como “moralmente injustificable, totalmente desproporcionada y absolutamente contraproducente” la nueva ofensiva en Gaza. Y describió las expresiones de Smotrich como “repugnantes, monstruosas y extremistas”. Nunca antes se vio semejante retórica en esos niveles de poder.
Londres y Bruselas agregaron al reproche sanciones económicas en progreso o en estudio. En el caso británico, el congelamiento de la ampliación de un tratado de libre comercio. Bruselas, por su parte, anunció que “revisará su acuerdo de asociación con Israel en base al artículo 2, sobre DD.HH. y la defensa de la democracia”, detalló la responsable de Exteriores del bloque, Kaja Kallas. Es una presión significativa atento a que esos convenios aplanan los aranceles del intercambio y la UE, el mayor socio comercial de Israel, explica 28,8% de sus exportaciones y 34,2% de las importaciones totales.
A eso se suma que, aparte del impacto económico que significa para el país esta guerra, existe una imposibilidad práctica para la proclamada toma del territorio. Se necesitarían decenas de miles de reservistas que ya escasean. Un reciente informe de The Economist revela que en algunas unidades, debido al agotamiento, solo la mitad de la tropa aceptaría presentarse a sus regimientos. Pese a este panorama, es difícil esperar un cambio sustancial en la situación. Los cuestionamientos son “obsesiones anti israelíes”, dijo la Cancillería buscando convertir en un ataque al país las condenas al gobierno.
“Se necesitará más presión ya que para Netanyahu, se trata de su propia supervivencia política”, afirma en ese sentido el escritor Amir Tibon en Haaretz. “Poner fin a la guerra significa perder el apoyo de sus aliados de coalición de extrema derecha. Obligado a elegir entre salvar a los rehenes o salvar a su coalición, Netanyahu ha optado por esta última opción”, añade.
Para muchos analistas, detrás de esas contradicciones están las versiones filtradas a la prensa norteamericana sobre un eventual ataque a las instalaciones nucleares de Irán, lo que devolvería todo el escenario al inicio, involucrando a EE.UU. y a las potencias europeas del lado de Israel y a un nuevo olvido a la causa palestina..
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