El crecimiento del poder de Augusto Timoteo Vandor en el sindicalismo y sobre todo en el movimiento justicialista, llevó a Juan Domingo Perón a enviar a su esposa Isabel para delimitar las aguas.
Si bien tanto Vandor como Perón tenían en claro que se trataba de definir los alineamientos ante las próximas elecciones provinciales en Jujuy y Mendoza, el motivo anunciado por el General dejaba contra las cuerdas al “Lobo”: Isabel venía como su delegada para tomar el o con las masas que a él no se le había permitido el año anterior.
Isabel llegó al país el 11 de octubre de 1965 y se alojó en el Hotel Alvear, despertando la ira de los vecinos de Recoleta, particularmente las vecinas, quienes la insultaban y le gritaban “Que Isabel vaya al Bajo a seguir con su trabajo”.
Además de recibir a la cúpula local del justicialismo, con Vandor a la cabeza, Isabel también se entrevistó con el ministro del Interior, Juan Palmero.
Al decir de Antonio Cafiero, Isabel venía a “poner en caja a los desobedientes” y “fue bien recibida por el gobierno radical de Arturo Illia”.
A todas luces, los hombres de la UCRP veían con buenos ojos la presencia de la esposa del General, que ponía en jaque a la dirigencia “vandorista” y, como se demostró a lo largo de su prolongada estadía en el país, ahondaba hasta la ruptura las grietas existentes en la dirigencia gremial y política del peronismo.
Pero esos dirigentes radicales no imaginaban que ese sueño largamente acariciado se volvería una pesadilla.

Sobre la llegada de Isabel, el dirigente peronista Miguel Unamuno decía:
“Nos cayó muy mal porque venía a descabezar el partido y al vandorismo. Aparentemente venía como una agresión contra nosotros, en tanto y en cuanto aparecíamos vinculados al vandorismo. [...] Perón estaba atado a esa jugada, estaba atado con el gobierno radical. El viaje de Isabel y su presencia fueron aprovechados por el oficialismo radical”.
Lo cierto es que Vandor tuvo que “tragarse el sapo” y financiar con fondos sindicales la gira que emprendió Isabel por las provincias de Buenos Aires, San Luis, Mendoza, Córdoba, San Juan, su La Rioja natal, Tucumán, Salta y Catamarca.
El gobierno radical (pese a las críticas de los sectores más gorilas que ponían el grito en el cielo por la recorrida y también a la reglamentación que había decretado sobre las actividades políticas de los gremios) no hizo nada por impedirlo.

La aparición de López Rega
Andrés López, ex jefe de la custodia de Perón, me contó en una entrevista: “Cuando Isabelita llega a la Argentina, a pedido de Perón yo la acompaño a hacer la gira por todo el país. Conmigo Isabelita no la iba, porque yo siempre le decía que únicamente le era leal a Perón y nada más que a Perón. Me empezó a crear problemas.
En Mar del Plata me dijo: ‘López, usted se va a tener que tomar un descanso porque está muy cansado, viene trabajando mucho. Váyase a Buenos’. Yo le dije: ‘Me llama la atención lo que me dice, Isabelita. Si el General que me mandó a estar con usted quiere cambiar la gente, no me va a cambiar a mí?’.
‘Pero no, pero usted se va para descansar. ¿No está contento?’, me dice. ‘No. No estoy contento. Yo quiero que conmigo sea sincera, sea leal y me diga la verdad’, le contesto. ‘Yo a usted lo necesito, López, porque Perón también lo necesita. La vuelta de Perón se va a deber en parte a usted’.
Yo me voy y ahí es donde se le mete José López Rega. Se les metió de contrabando a los muchachos que la custodiaban a Isabelita porque era amigo de alguno de ellos. Y después le empieza a hablar de los astros, y parece que ahí la embrujó y se lo llevó con ella. Para que él pudiera viajar, mis camaradas, los suboficiales del Ejército, le tuvieron que comprar un sobretodo y dos trajes.”
A partir de entonces, el Brujo será una compañía inseparable para Isabel, camino a convertirse en una presencia nefasta para el país.
E.M.
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