En lo que va del siglo XXI, el teatro argentino –un espacio de resistencia– debió enfrentar crisis gravísimas. En 2001, tras un cuarto de siglo casi entero de políticas económicas neoliberales, el país estaba al borde de la disolución social mientras los talleres se nutrían de gente en busca de espacios de solidaridad, energía colectiva y catarsis. La pandemia 2020 es más devastadora, porque ni siquiera permite “poner el cuerpo”, condición básica de las artes escénicas.
Y sin embargo, el teatro lo pone, aunque sea a través de obras online y audiencias virtuales. Nadie cree que eso reemplace al teatro presencial (teatro a secas, bah): apenas que es un complemento, la ley de último recurso, un fenómeno que ni siquiera tiene nombre por el momento.
La pandemia afectó, sólo en Buenos Aires, a unos 40.000 trabajadores directos o indirectos. Durante los primeros días de la cuarentena, en un marzo que parece más lejano que el siglo XX, la actividad se cerró y el primer reflejo fue subir obras filmadas a sitios web. Lo hicieron los tres circuitos: el independiente (por caso, Timbre 4), el comercial (Paseo La Plaza) y oficial (Teatro Nacional Cervantes).
Luego llegaron las obras en vivo por streaming y los debates. Para muchos, el teatro online es al teatro lo que el sexting al sexo. Y, si hablamos de las obras filmadas, los más puristas las ven tan escandalizados como al porno, casi un sacrilegio.
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Las tareas que encaran durante la pandemia.
“Si a un vendedor de zapatos le decís que al día siguiente puede volver a su actividad, lo hace, porque la mercadería está. Nosotros deberíamos volver a ensayar hasta las obras que estaban en cartel, por el tiempo que pasó. Ni hablar de las que estaban por estrenarse. La cuarentena se decretó el 19 de marzo. A las semana, nosotros estrenábamos la comedia Lo escucho, con el Puma Goity y Jorge Suárez. Cuando la hagamos, más allá de los protocolos deberemos pensar en los factores de riesgo de cada actor y en las características de cada obra; ésta es de mucha cercanía e interacción física”.
Otros de los estrenos que Kompel tenía previsto, en el Metropolitan Sura, era Mi abuela la loca, con Norma Aleandro y Oscar Martínez (dirigidos por Tolcachir). “La postergamos para marzo o abril del año que viene, vacuna mediante. Sin la vacuna lo vemos difícil porque ya no sólo hablamos de la seguridad del público sino de Norma y Oscar, y la idea es estar absolutamente tranquilos en el plano salud, lo prioritario.”
Punta de lanza
Aunque esta crisis pandémica no tiene precedentes, el teatro independiente está acostumbrado a darle batalla a la adversidad: su ductilidad para la supervivencia le juega a favor; el tamaño de sus salas, en contra. El teatro comercial (“Salvo por el ATP, con ingreso cero”, aclara Kompel) deberá remontar un tsunami de dificultades.
Queda el oficial (las salas que dependen del Estado), una suerte de ariete para romper las persianas metálicas caídas y posible usina para recuperar la energía de la actividad. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la Argentina no es Europa, donde los teatros públicos suelen tener elencos estables que han quedado más a resguardo de este drama global.

Sebastián Blutrach, productor de gran experiencia, puede hablar con autoridad de lo público y lo privado, porque está al frente del Teatro Nacional Cervantes (junto con Rubén D’ Audia) y es dueño del Teatro Picadero. “Si bien formamos un cuerpo cultural conjunto, el teatro público tiene que dar el ejemplo a la hora de activar los protocolos y además tiene que ser un gran motor de contrataciones en este momento que se nos viene, porque al teatro privado le va a costar mucho arrancar. No esperamos una reapertura sencilla.”
Desde el inicio de la pandemia, el Cervantes ofreció distintas actividades desde su canal de YouTube: obras filmadas en sus salas, charlas con artistas que las protagonizaron, el detrás de escena de esas piezas. En sus talleres de vestuario se fabricaron tapabocas y, en coordinación con el Ministerio de Educación, el Cervantes desplegó actividades pedagógicas con las artes dramáticas.
“Hicimos un concurso de dramaturgia: elegimos 33 obras cortas que vamos a filmar en la sala María Guerrero bajo protocolo. Eso genera 300 contratos, lo que es muchísimo en este contexto. La idea es mover a todos los agentes de una actividad paralizada: actores, actrices, directores, asistentes técnicos, iluminadores, vestuaristas, escenógrafos”, explica Blutrach, quien dice que es muy improbable que la programación oficial en el Cervantes vuelva este año.

Tolcachir, al igual que otros dramaturgos y directores, cuestiona que ciertas restricciones no se apliquen de un modo ecuánime y se refiere a la televisión. “Nos indigna que no se pueda hacer ficción pero sí mesas de conversación de gente que se junta para decirnos que lo que estamos haciendo, resguardarnos a partir de un acuerdo colectivo, no tiene sentido. El circuito es tortuoso, porque son supuestos trabajadores esenciales que deberían contenernos a los que cumplimos la cuarentena. Muy lejos de eso, hacen apología del egoísmo, la irresponsabilidad, la mezquindad y la inmadurez.”
A la hora de pensar el regreso, opina: “Supongo que todos estamos desprotegidos. El teatro oficial es el que menos debería estarlo, porque tiene un presupuesto. Qué se hace con ese presupuesto, cómo se protege o no a los artistas, es otro tema. El teatro comercial recibió un mazazo tremendo y sus productores son los más complicados ante la vuelta: hacer funciones para 150 espectadores en salas para 800 no es rentable. Las salas independientes venimos galgueando hace años y algunas han cerrado. Iremos viendo. Estamos acostumbrados a la pobreza, a lucharla, por eso es importante pensar en ayudas, en subsidios. En mi fantasía vamos a volver poco a poco los teatros y va a ser muy emotivo”.