window.addEventListener('keydown', function(e) { if(e.key === 'Escape'){ e.preventDefault() } });
Noticias hoy
    En vivo

      San Javier, mi lugar en el mundo

      Por Néstor Sánchez, actor.

      San Javier, mi lugar en el mundoCLAIMA20130802_0193 Cabalgatas en medio de la naturaleza, entre cerros y arroyos, en el valle cordobés de Traslasierra.
      Redacción Clarín

      No es que no me guste viajar, al contrario. Las dos únicas veces que crucé el océano lo hice por el teatro. La primera fui al festival de Colonia y Hamburgo (Alemania) con “La Gran Ilusión”, de David Amitín, cargados de baúles de una desmesurada escenografía. Eramos un elenco de 30 actores al que yo sumé a Pati, mi mujer, y a Elisa y Malena, mis hijas de 4 y 1 año, con sus carritos de bebé. Mucho tiempo después, merced al éxito que obtuvimos con “La Piaf”, nos presentamos en Madrid durante 3 meses. Disfruté salir a media mañana del apart y perderme adrede en caminatas por recovecos y callecitas de los barrios madrileños. Paraba en algún barcito cuando apretaba el hambre; deambulaba por callejones de nombres poéticos, escuchaba la música de los madrileños para hablar y seguía paseando hasta que se hacía la hora de ir al teatro.
      En realidad, los viajes que más gocé –en el país y afuera– fueron las vacaciones familiares. Con Pati, mi mujer, elegíamos siempre lugares serenos y de bellos paisajes. Con frecuencia nos enamorábamos a los dos minutos de llegar y decíamos “este es el lugar”. Empezábamos a pensar en comprar un lote para armar un ranchito y alejarnos del bullicio porteño. Por qué tanta gente en un mismo lugar, era una pregunta recurrente.
      Varios veranos seguidos visitamos a unos amigos en Córdoba y nos enamoramos del paraíso de Traslasierra; hasta que descubrimos “el paraíso del paraíso”: San Javier. Hacíamos una vida bien cordobesa, preparábamos un cabrito a las brasas, acompañado por ensaladas de berro, menta y nueces que nosotros mismos recogíamos. Luego, una reparadora siesta, y tomábamos mate con hierbas serranas, hacíamos caminatas por la montaña y nos bañábamos en alguna fresca ollita de los cientos de ríos de vertientes.
      Descubrimos la placita de San Javier con su iglesia centenaria, las casonas de estilo británico de fines del siglo XIX, las callecitas adoquinadas y, justo enfrente, una pulpería de verdad, donde la gente de la zona llega a caballo, lo enlaza al palenque y entra a comprar afrecho, algunas provisiones y a tomarse un fernet con coca.
      Al pie del cerro Champaquí, el más alto de la zona (2.887 metros de altura) y en la corona del valle de Traslasierra; limitada por dos grandes centros turísticos muy cercanos –al norte, Mina Clavero; y al sur, Merlo, San Luis–. A escasos 18 km al oeste, la ciudad de Villa Dolores, y la Sierra de los Comechingones y el esplendor del Cerro Champaquí dominando el este. Ahí está San Javier, como si nada, clavadita en el centro de todos ellos, en una zona de arroyos cristalinos y pródiga vegetación.
      Ahora vivo en la montaña y cada mañana me despierto mirando el mejor paisaje. Tomo unos mates y veo clarear en el cerro; el rumor del arroyo y el olor a tostadas se mezclan con los cantos de los pájaros que buscan sus migas cotidianas, el olor a menta, a poleo, a frutas. Tras el desayuno en familia voy a la radio. Mi trabajo en San Javier es en una radio comunitaria por la mañana, al servicio de la gente.
      Casi no llueve en Traslasierra y cuando sucede, los relámpagos ganan el cielo y el campo se perfuma del olor a pasto mojado. Entonces hay que dar alerta a la vecina para que los cabritos no le queden varados del otro lado del arroyo; hay que esperar en el cruce de caminos al médico que visita un enfermo; avisar a una familia que un viaje se posterga por mal tiempo, tramitamos pedidos en la Municipalidad, esas cosas.
      Por la tarde está el cuidado de los frutos, la cosecha, los dulces. Me encanta viajar a Buenos Aires, hacer mi trabajo de actor que tanto disfruto y regresar a mi lugar en el mundo.


      Tags relacionados