Maricel De Mitri, en 1975 tenía siete años. Lo recuerda bien, porque un día de ese año le pidió a su mamá que la llevara al espacio de actividades que abría en su barrio de Caseros. Una especie de salón de fiestas reconvertido en club, que un párroco se esforzaba en desarrollar con la enseñanza de actividades artísticas para los chicos del vecindario. La propuesta era amplia: se daban clases de dibujo, canto e instrumentos. Maricel, curiosa, quiso probar todas las disciplinas, hasta la tarde en la que abrió una puerta y descubrió la imagen que marcaría su vida: una profesora de ballet ante un grupo de alumnas. Con una certeza absoluta, le anunció a su mamá: “Quiero zapatillas. Voy a ser bailarina clásica.” Hoy, con 43 años, y desde los 23 en el Teatro Colón en roles de primera figura, recuerda ese momento y explica. “Hasta entonces, el ballet era mi vida, pero a partir de ese día el Colón se convirtió en mi mundo”.
El llamado del baile
Aquella profesora del barrio, no tardó en recomendar su ingreso a la Escuela Nacional de Danzas donde todos coincidieron en las condiciones de Maricel. Pero los De Mitri nunca habían tenido o con la danza. El papá de Maricel era empleado en una empresa y además manejaba un taxi. La mamá, una ama de casa. Su primera reacción, cuando le sugirieron llevar a su hija al palacio de Libertad y Tucumán, fue: “¿Hasta el Colón en colectivo">