Hacía un tiempo que no entraba a mi sitio web, pero al publicarse una nueva novela mía, pensé que debía actualizarlo. Fue así que escribí deliaephron.com, pero mi sitio no estaba. En su lugar, aparecía un mensaje: “Este dominio está en venta”. Llamé a la persona que se ocupa de mi sitio, un familiar, y descubrí que se había olvidado de renovar el dominio por cuestiones relacionadas con su e-mail y su tarjeta de crédito. “No te preocupes”, me dijo. “Nos queda un día para recuperarlo.” Pero no lo hicimos. Cuando tratamos de comprarlo, alguien más lo había adquirido.
Otra persona poseía mi nombre y podía usarlo para decir o mostrar lo que se le ocurriera. Me sentí violada, pese a lo cual fui al consultorio de mi dermatóloga, tal como tenía previsto. También a ella le habían secuestrado el nombre. “No es nada grave”, me dijo. “Es una estafa. Sólo hay que volver a comprarlo.” En cuanto volví a casa fui al negocio local de Mac a consultar a Mike Rowe, el dueño. “¿Para qué puede interesarles mi nombre? No soy famosa. Ni siquiera puedo conseguir una reserva en ABC Kitchen. ¿Podía terminar como un sitio porno">