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      Los juguetes de un maestro uruguayo

      Redacción Clarín

      Juega!Con ese grito de guerra, con esa revolución en una palabra, el artista uruguayo Joaquín Torres García (1874-1949) incitaba a los artistas, en un manuscrito inédito de 1922, a dejarse llevar por el espíritu lúdico propio de los niños, a encontrar así formas de liberación.Al ingresar a la muestra Aladdin. Juguetes transformables en Malba, curada por sus bisnietos Jimena Perera y Alejandro Díaz, se descubre un mundo de citas cinematográficas, animales, decorados en miniatura y personajes encantadores. A medida que el visitante recorre las obras observa los detalles, formas simples y geométricas, al mismo tiempo sutiles y expresivas. Creados por esta figura clave de la vanguardia latinoamericana, los juguetes se convirtieron para Torres García en una forma de subsistencia económica y, a la vez, una vía de liberación artística.Uruguayo, hijo de un inmigrante catalán, Torres García se instala en Barcelona a los 17 años y a partir de 1907, al dictar clases de plástica en Mont d'Or, comienza su pesquisa sobre la construcción de juguetes. En el Catálogo de manufacturas de juguetes (1919) se encuentran los objetivos de lo que sería considerado uno de los capítulos más importantes de su vida. Allí habla de sus intenciones: el juguete, dice, "puede servir de medio educativo". "Es, realmente, un principio motor de primera fuerza, y debe aprovecharse. El constructor de juguetes debe preocuparse por eso". La diversión para el niño, continúa, "consiste en el espíritu creador y en la satisfacción de su afán de conocimiento". Y resalta: "Si el niño rompe sus juguetes es, en primer término, para investigar, y después para modificar: conocimiento y creación". Razones que justifican lo pedagógico de estos juguetes desmontables, de rostros y cuerpos intercambiables que multiplican las posibilidades estéticas de cada una de las piezas.Documentos y planos también marcan el camino de los juguetes de Torres García: desde la sociedad con el empresario industrial Francisco Ramblá en Barcelona o su paso, entre la ilusión y el desencanto, por Nueva York, hasta llegar a Italia y crear la marca Aladdin Toys. Es justamente el agobio que le produce Nueva York y su capitalismo, que ya era salvaje a principios de los años 20 ("Negocios, aquí no hay nada más", dice), lo que empuja a escribir esa declaración dirigida a los artistas, porque "lo más importante es mantener el espíritu despierto, vibrante, y esto hay que conseguirlo en esas divinas cosas inútiles. Imita a los niños: juega". Y sigue: "El mundo, tomado en serio, es antiartístico. Y triste. El arte tiene (además de otras cosas) que traer al mundo la alegría. Sé extravagante, ¡juega!" Sin duda, un manifiesto.


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