Jueves, 19.30. Abro la puerta y me encuentro con un hombre de ojos claros y mirada profunda, de elegante porte y gesto amable. Lo invito a pasar. Le llama la atención mi colección de relojes de arena y me comenta que también los colecciona, que tiene algunos muy raros. Al parecer, lo fascinan los relojes y me dice que olvidó ponerse el suyo. Sonríe.
-Jamás salgo sin mi reloj, pero salí apurado y, cuando me di cuenta, ya era tarde. Y, como soy fatalista, decidí dejarlo así.
-Invito un café y pasamos al consultorio. ¿De algo no quiere hablar?
No se me ocurre. Si llega el momento, digo "no hablamos de esto".
-Me dijo que es fatalista, ¿qué quiso decir con eso?
Fatalista en este sentido: cuando una cosa no se dio es porque no tenía que ser. Por ejemplo, yo incluso duermo con reloj, pero como se me hacía tarde, entonces quiere decir que no tenía que traerlo porque hay uno acá (señala el reloj de arena que está en mi escritorio y se ríe).
-Parece que cree en el destino.
Sí, absolutamente. Creo que uno se hace el destino.
-A ver... ¿cómo es eso?
Hay gente que quiere y no puede. Otros que no piensan y les sale. Pero creo en el destino. Yo soy un superviviente.
-¿Por qué lo dice?
Cuando mi madre estaba embarazada de mí, de seis meses, en África, en Trípoli, hubo un bombardeo. Sonó la alarma y fueron todos al refugio. Eran 29 personas de la Casa de Gobierno.
-¿Qué hacía su madre ahí?
Mamá estaba con papá, que era militar. Era 1942, plena Segunda Guerra Mundial. Mamá contaba que en las primeras idas a los refugios todos llevaban alcohol y esas cosas a las que uno se aferra por si pasa algo. Y al estar ahí, ya la gente se acostumbra a todo. Entonces uno juega a las cartas, otro lee, otra borda. Ese día mi papá no estaba en Trípoli, estaba en Benghazi, y mi mamá estaba tejiendo algo para mí. De golpe mi madre se levanta y camina hacia un rincón sin saber por qué. En ese momento, cae una bomba perforante, que son las que van rompiendo y siguen explotando hasta llegar a la tierra, y destruyó el refugio dejando a todos sepultados. Una viga cayó, la cubrió y la protegió. Fue un horror, gritó. Pero ella sentía que no le había pasado nada. Primero tuvo alegría por haber salvado su vida, pero después comenzó el terror a quedar enterrada viva. Llamaron a papá por radio y él viajó toda la noche. Llegó a Trípoli y dijo: "Excaven, hay que excavar". Mi madre, cuando comenzó a oír ruidos, gritó para pedir ayuda. Excavaron hasta liberarla. Fue la única sobreviviente. Eran 29 personas; conmigo serían 30.
-Dos sobrevivientes, entonces.
Sí. Dos sobrevivientes. El resto, ni una uña. Eso fue a los seis meses de embarazo. El día que me paría, ocho bombas cayeron alrededor de la Casa de Gobierno. Mamá contaba que, cuando se oía la sirena de alarma, en las calles muchas mujeres llegaban a los refugios con bebés envueltos en frazadas pero algunas, de tanto correr, los perdían en el camino antes de llegar al refugio y otros llegaban mal. Quince días después de nacer yo, otra vez bombardeo, alarma, refugio; fue tal la desesperación de mamá que rodó por las escaleras conmigo en brazos. Papá no quería que yo naciera allá pero mamá no lo dejaba ni loca a mi viejo.
-¿Compañera o celosa?
No sé. Fueron como carne y uña. Eramos los tres muy unidos y muy amigos. Nos peleábamos, pero siempre por cuestiones de trabajo. Cuando mi mamá rodó por las escaleras aquella vez, mi papá dijo: "Ahora te vas, no voy a vivir pensando en bombardeos, así que te vas". A los 35 días de vida, hice mi primer viaje en avión, del Norte de Africa al Sur de Italia y de allí a Florencia.
-¿Hasta qué edad vivió en Italia?
Hasta los 5 años. Nací el 6 de octubre de 1942 y llegué a Argentina en el '48.
-¿Tiene memorias de la guerra?
Ninguna. Tengo recuerdos muy nítidos de Florencia, del jardín de infantes, del cine que vi. Adoraba al cine de chico. Vi a Shirley Temple, al Pato Donald, a Mickey y El hombre invisible.
-¿Y de ahí vino a la Argentina?
Vinimos a Buenos Aires porque el hermano mayor de mamá vivía en Rosario. Eran 15 hermanos, el mayor vivía en Argentina y quería que todos vinieran para acá. Fuimos los primeros en venir.
-Si le pido una fotografía de su infancia ¿qué imagen le viene?
Tengo las imágenes de Italia, cuando era chico, en la Piazza Della Signoria. Yo veía esas estatuas que me encantan: Bernini, el Neptuno, el Miguel Ángel.
-Cómo no ser artista...
Muchas veces pensé eso. Y después dije no, no tiene nada que ver. Italia es país de artistas, entiendo que hay muchos, pero si fuera así, serían todos artistas.
-¿Primera imagen de la Argentina?
Llegamos en enero, calor de morirse, y mi tío trajo de Rosario dos camiones. Teníamos doce baúles más valijas. Era muy chico, viví todo como una cosa normal. Descubría cosas y me encantaba.
-¿Qué hicieron sus padres al llegar?
Primero nos orientó mi tío, que tenía una empresa de transporte impresionante. Y a mi papá no le fue bien. Nos fuimos a vivir a Mar del Plata, hicimos viajes a Europa. Íbamos de visita para ver parientes. Y cuando volvíamos, las amigas de mamá, al ver lo que traíamos, decían: "qué lindo, ¿me lo vendés">