En 1964, Liliana Porter se encontraba en la inauguración de su muestra en Nueva York cuando un hombre se acercó y le dijo que tenía una prensa de grabado a disposición. Frente a la propuesta un tanto atípica, le pidió al artista uruguayo Luis Camnitzer que se sumara a la conversación y se presentara como su novio y colega. Sin embargo, la oferta del Dr. Julian Firestone, un odontólogo y aficionado al arte, no sólo era sincera sino que fue el inicio de uno de los proyectos más radicales de arte gráfico, el New York Graphic Workshop, que Porter y Camnitzer gestaron junto al venezolano José Guillermo Castillo y Sharon Arndt, que al poco tiempo abandonaría el grupo, con el ímpetu de la joven generación a la cual pertenecían, receptiva a la efervescencia cultural de la Gran Manzana y con una urgencia por descubrir nuevos lenguajes en el arte.
Gracias a la iniciativa de Firestone, comenzaron a trabajar primero en su departamento y luego en un espacio alquilado que les permitió establecer un plan más ambicioso bajo las siguientes premisas: redefinir al grabado desde la teoría y la práctica, dar clases en técnicas de grabado en coherencia con esa primera intención y promoverse “descarada pero elegantemente como un grupo de artistas”. Había llegado el momento de liberar al grabado y expandir sus posibilidades, es decir dejar de obedecer las reglas después de siglos de existir bajo los mismos parámetros. Por esa razón, en un primer manifiesto que repartieron en forma de volante en una muestra en Montevideo en 1966, anunciaban: “ha llegado el momento de que asumamos la responsabilidad de revelar nuestras propias imágenes, condicionadas pero no destruidas por nuestras técnicas”.

A partir de entonces y frente a largos debates ideológicos con respecto a las maneras en las cuales debían abordar su arte –algo que sucedería en todos los frentes de creación por aquellos años– decidieron hacer grabados que tuvieran máxima flexibilidad de intercambio, que fueran seriados, descartables y que no sirvieran de nada, sacándolos del lugar de “arte menor o secundario”. Utilizaron nuevos materiales, expresiones más maleables, introdujeron la tridimensionalidad e invitaron a los espectadores a convertirse en participantes activos.
A medida que transcurría la segunda mitad de la década del 60, el grupo implementó el tercer objetivo de denominarse artistas (y no grabadores o artesanos) y encontrar su lugar en el circuito neoyorquino, una tarea compleja en especial para creadores extranjeros y latinoamericanos. La estrategia consistía en ganar reconocimiento primero en el continente, por lo que presentaron una serie de muestras en instituciones y museos de Montevideo, Caracas, Santiago e incluso Buenos Aires, donde expusieron en el Instituto Di Tella.

Tiempo después, por invitación de la curadora Lucy Lippard, una gran aliada de los artistas de su generación que proponían otras miradas frente al hacer, llegaron a la Paula Cooper Gallery de Nueva York y posteriormente al MoMA con dos muestras grupales. Sin embargo, no estaban seguros de querer aceptar la segunda invitación, ya que por cuestiones políticas no se sentían aliados del museo y tampoco a las tendencias artísticas que proponían. Finalmente accedieron, llevando una obra participativa y fiel a sus intenciones.
60 años no es nada
El largo recorrido que realizó el New York Graphic Workshop hace casi sesenta años vuelve a ser revisado bajo la curaduría de Silvia Dolinko con dos muestras en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile, donde se exhibió hasta febrero último, y en el Museo Nacional de Bellas Artes de nuestro país, con una propuesta que hizo especial énfasis en las experiencias sudamericanas de Porter y Camnitzer durante 1969.
“Primero inauguramos la muestra en Santiago, donde se estudió aquella participación con obras paradigmáticas para el arte latinoamericano contemporáneo, mientras que en abril llegará a Buenos Aires con una segunda puesta que incluye un núcleo asociado a la participación en el Di Tella. Además se incorporará una sección con estampas de artistas argentinos que trabajaron en el NYGW como Luis Felipe Noé, Jorge de la Vega, Marta Minujin, Margarita Galetar y Marcelo Bonevardi”, explica Silvia a Ñ.

Al preguntarle acerca de la recepción del público chileno y las expectativas con respecto a lo que sucederá en Buenos Aires, Dolinko hace hincapié en el hecho de que después de 1970 la mayoría de estos trabajos no se volvieron a ver en ninguna parte de América Latina. “La única exposición de revisión integral se llevó a cabo en el Museo Blanton de Estados Unidos. Sin embargo, si entendemos que la circulación del NYGW en sus años de actividad apuntó con gran fuerza al circuito de nuestro continente, esta relectura en clave regional estaba pendiente”.

Gracias al trabajo de investigación profundo que se hizo durante muchos años, pudieron volver a instalar Masacre de Puerto Montt de Camnitzer y las instalaciones de la arruga de Porter en Chile, dos intervenciones que fueron pensadas especialmente en ese momento y contexto sociopolítico. “La gente se manifestó de forma activa y en constante participación, abordando la muestra entre el descubrimiento, la exploración y el asombro. Es por eso que esperamos que suceda lo mismo en Buenos Aires, ya que nuestro MNBA recibe un público amplio y diverso, que incluye a gente conocedora que irá a encontrarse con obras que marcaron un momento específico, mientras que otras descubrirán estas intervenciones y piezas gráficas. Sobre todo deseo que muchos se conecten con estos dos inmensos artistas y comprendan que el New York Graphic Workshop tuvo un rol de gran relevancia y un impacto que se proyecta en la actualidad”, concluye Dolinko.
Y destaca que fue un privilegio que Liliana y Luis aceptaran el desafío de revisar este período de sus carreras desde el foco de su histórico recorrido sudamericano.
- Porter-Camnitzer. The New York Graphic Workshop 1969-2024
- Lugar: MNBA, 1° piso, Av. del Libertador 1473.
- Horario: lun. a vie. de 11 a 19.
- Fecha: del 29 de abril al 31 de agosto.
- Entrada: libre y gratuita.
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