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      Mónica Müller: “El nido más amoroso puede transformarse en una experiencia infernal”

      • Médica y escritora, acaba de publicar un ensayo en el que defiende la valía de la biología.
      • Es autora de libros de ficción y de ensayos de divulgación científica, uno de ellos que anticipó la pandemia de 2020.
      • Ahora en El nido infernal, se propone repensar la diferencia entre varones y mujeres y la manía de vivir juntos.

      Mónica Müller: “El nido más amoroso puede transformarse en una experiencia infernal”Médica y escritora, Monica Muller acaba de publicar El nido infernal (Vinilo). Foto: Ariel Grinberg.

      “No escribo para congraciarme con nadie ni para ser aceptada por ningún colectivo de ningún género”, dice la médica y escritora Mónica Müller en referencia a su más reciente ensayo El nido infernal (Vinilo) y se entiende la afirmación porque el libro propone un recorrido científico, desafiante y divertido por todo aquello que diferencia a hombres y mujeres y sobre la persistente manía de vivir juntos cuando todo, pero todo, evidencia que es una mala idea. Autora de la nouvelle El Gato en la Sartén; el libro de relatos Secuelas; la novela Mi papá alemán y los cuentos Nada es para siempre, Müller escribe ensayos de divulgación médica como Pandemia, reeditado en 2020 con el título Pandemia, virus y miedo; y en 2014 Sana sana, La Industria de la Enfermedad.

      –Una médica que escribe sobre biología puede parecer algo sensato. Sin embargo, desde hace un tiempo, el concepto de "biologicista" se volvió un insulto. ¿Cómo te llevás con esa perspectiva, alentada desde cierto feminismo?

      –Exacto, se dice biologicista despectivamente, como si se aludiera a Victor Frankenstein, el médico que creó al monstruo. Biologicista suena a alguien encerrado en el materialismo más tosco, incapaz de registrar las emociones de las personas ni la influencia del medio ambiente. Creo que esa categorización comenzó a circular con fuerza en la Argentina a finales de la década de los 60, cuando estábamos viviendo una fiebre psicologicista y todo lo que fuera biología era despreciado como objeto de interés de los insensibles y los incultos. Yo viví ese momento en amistad estrecha con Tato Pavlovsky y Emilio Rodrigué, vanguardia de la revolución psicoanalítica en esos años. Me analizaba en la clínica Fontana con ácido lisérgico y mescalina, y adoré las teorías de Ronald Laing, un psiquiatra escocés que entre otras afirmaciones muy radicales sostenía que las enfermedades mentales graves eran provocadas por madres esquizofrenizantes o psicotizantes. Por supuesto que cuando el hijo de unos amigos empezó a tener broncoespasmos, todos coincidimos en que la mamá era una persona asfixiante, claramente asmatogénica, y nadie mencionó que el chico pudiera tener una base alérgica genética determinante de su condición. Viéndolo a la distancia, me sorprende con cuánta convicción atribuíamos la causa de todos los males a la madre, jamás al padre. Para todos nosotros la biología era un dato pequeño, lo orgánico un detalle perdido en medio del poder omnímodo de la psique y la grandosidad del psicoanálisis. Por eso recuerdo muy bien lo sorprendente que fue escuchar a Tato contándome tímidamente que a lo largo de su práctica clínica dos veces se alegró de ser médico, porque pudo despegarse de lo meramente psicológico para ver lo orgánico y hacer el diagnóstico que les salvó la vida a dos pacientes. “Si hubiera sido psicólogo y no médico, hubiera interpretado aquél infarto de miocardio como una crisis de ansiedad y aquél cáncer de páncreas como una depresión”, me confió. Su comentario me impresionó mucho; me orientó hacia la idea de que no es posible curar a nadie sin entender su cuerpo tanto como su mente. Toda la vida me identifiqué absolutamente con los planteos del feminismo. Mi padre me declaró oficialmente emancipada a los 17 años, he sido autosuficiente desde entonces y sé de cuánto somos capaces las mujeres. También, como todas, sé cuánto nos paralizaron en nombre del patriarcado. Por eso, y también porque tengo dos hijas, no puedo dejar de estar absolutamente de acuerdo con las posturas y las demandas del feminismo. Pero que no me pidan que apoye consignas solemnes que parecen una caricatura, ni la idea de una sororidad inmaculada, porque he conocido traiciones sórdidas por parte de famosas representantes del feminismo nacional, y he visto los golpes en el cuerpo de mujeres propinados por sus parejas lesbianas. Escucho en el consultorio los discursos que niegan las diferencias entre mujeres y varones, como si el cerebro humano fuera impermeable al efecto químico de sustancias tan poderosas como las hormonas sexuales. En fin, no suscribo los discursos que son útiles para afirmar o cuestionar ideologías pero no tienen ningún agarre en la realidad. Mientras redactaba los fragmentos de El nido infernal en los que describo los rasgos biológicos de mujeres y varones, podía anticipar las voces condenatorias de cuatro o cinco militantes dueñas de la pelota, grandes conocedoras del dosaje óptimo de feminismo en sangre y orgullosamente ignorantes de la embriología, la fisiología y la anatomía humanas. Pero seguí adelante, porque no escribo para congraciarme con nadie ni para ser aceptada por ningún colectivo de ningún género.

      –El libro propone una hipótesis que denominás inquietante: que la especie humana es sobre todo femenina y que el varón es apenas una variante. ¿De dónde sale esta idea?

      –Tu pregunta incluye una valoración que me han hecho llegar muchas veces y que no comparto: la palabra apenas puede hacer pensar que menosprecio a quienes considero una variante de la especie. Aunque mi hipótesis fuera cierta (lo que no está demostrado) una variante de la especie podría ser más importante que la especie básica en sí. Sin embargo, cada vez que le sintetizo a un hombre el contenido de mi libro, su reacción es la misma: “Ah, claro, entonces los hombres somos inferiores, ¿no?”. En el libro explico varias razones biológicas que permitirían pensar que el género humano podría ser femenino. Se sabe que las mitocondrias, que son un elemento celular vital para la vida, contienen sólo ADN heredado de la madre. Eso significa que esa biblioteca infinita de información genética fundamental viene transmitiéndose como un hilo matrilineal, generación tras generación desde el origen de la especie humana, pasando por nuestras tatarabuelas, bisabuelas, abuelas y madres sin permitir ni una traza de ADN masculino. Por otro lado, el derroche de genes que hace el varón con cada eyaculación desde la pubertad hasta que se muere, (tengamos en cuenta que hay unos 60.000 espermatozoides en cada milímetro cúbico de semen) comparado con la liberación parsimoniosa de un óvulo cada mes durante los años fértiles de la mujer, me hace pensar que por alguna razón la naturaleza le dio a la célula germinal femenina muchísimo más valor que a la masculina. En el libro explico otras razones como éstas, que según mi interpretación podrían indicar que las mujeres somos el género humano por default, mientras que los varones son una especialización destinada a la reproducción. Desde que aprendí los elementos de embriología en la facultad, me intrigaron esas diferencias y durante 35 años de clínica las fui enhebrando hasta llegar a esa hipótesis, que no es una aseveración sino una sospecha.

      –Sostenés tu hipótesis en una serie de hechos. ¿Cuáles aceptarías que son discutibles y cuáles son incuestionables?

      –Todos los hechos que presento son indiscutibles porque son concretos y objetivos. Lo que es totalmente discutible es la interpretación que les doy.

      –"Las proclamas bienintencionadas acerca de la igualdad de varones y mujeres son un mero discurso voluntarista", anotás. Pero también considerás una "estupidez contraria" la división de la humanidad en hombres y mujeres en forma taxativa según el órgano sexual visible". ¿Cómo pueden convivir estas dos ideas?

      –Como sabemos, en el momento del nacimiento la inmensa mayoría de los mamíferos tenemos órganos sexuales visibles bien definidos como hembra o macho, lo que nos rotula como nena o nene desde nuestro primer día de vida. Además de los caracteres visibles, también nuestras estructuras internas son diferentes, y estamos sujetos a la acción de distintas hormonas que tienen un intenso efecto en el orden mental. Para negar que todo eso es así y para sostener que mujeres y varones somos iguales, hay que forzar en una forma necia la realidad. Pero existe una estupidez de signo contrario, que es creer que a todas las personas que nacen con un sexo visible femenino deben atraerle los hombres, y viceversa. Esa visión infantil, planteada desde siempre por las instituciones ordenadoras y las religiones, resulta tranquilizante para quienes se inquietan ante la complejidad de la sexualidad humana. La realidad es que la identidad sexual no se limita a cuatro elecciones, sino que es un mosaico de tonos infinitos, bien representado por la bandera LGTBIQ+.

      Médica y escritora, Monica Muller acaba de publicar El nido infernal (Vinilo). Foto: Ariel Grinberg.Médica y escritora, Monica Muller acaba de publicar El nido infernal (Vinilo). Foto: Ariel Grinberg.

      –Abordás la posibilidad orgánica de que los hombres amamanten y lo perturbadora de esa idea para varones incluso médicos. ¿Por qué te parece que genera ese espanto la sola imagen? Y ¿por qué decís que ese simple hecho podría modificar toda la organización social?

      –Bueno, es lógico que la idea sea perturbadora para quienes no lo imaginaron nunca. Si se pusiera en práctica representaría un cambio cultural difícil de aceptar con naturalidad. Una feminista me dijo que si viera a su compañero dando la teta, seguramente le horrorizaría y le costaría mucho volver a verlo como hombre. Aunque estamos acostumbrados a ver hombres trans amamantando, ver a nuestro marido cis en esa situación tendría un impacto diferente, porque la biología dice que sí es posible, pero la historia, las religiones, las culturas y hasta el arte dicen todo lo contrario. El amamantamiento nos parece un acto sagrado, una prerrogativa de las mujeres, y cederlo a los varones suena a primera vista como una aberración. En cuanto al efecto sobre lo social, creo que desacomodaría y reacomodaría la estructura laboral de las mujeres, porque podríamos volver a trabajar tres o cuatro días después del parto mientras el papá alimenta al bebé. Esa posibilidad debería repercutir sobre el esquema de salarios, que siempre estuvo desbalanceado a favor de las personas que no tienen que quedarse en la casa criando a un niño. En el mejor de los casos, la tarea de amamantar podría compartirse con la pareja, lo que seguramente sería muy hermoso para todas y todos.

      Médica y escritora, Monica Muller acaba de publicar El nido infernal (Vinilo). Foto: Ariel Grinberg.Médica y escritora, Monica Muller acaba de publicar El nido infernal (Vinilo). Foto: Ariel Grinberg.

      –¿Por qué te parece que el embarazo y el parto "han dejado de ser hechos naturales como lo fueron siempre"? Y algo más: ¿la idea de lo natural no es en sí misma también una construcción?

      –Desde los primeros días de los humanos sobre la Tierra, el embarazo fue algo que nos ocurría cuando queríamos y cuando no queríamos también. De hecho, hasta la generación de la que soy parte, el problema más frecuente era el embarazo no deseado, y no la dificultad para quedar embarazada. Esto se manifestó durante el siglo XX como la tan temida explosión demográfica, que obligó a algunas naciones a poner límites a la cantidad de hijos permitidos. Los métodos anticonceptivos y un mejor conocimiento de la mecánica de la concepción han hecho muchísimo menos frecuentes los embarazos no deseados, pero también las dificultades económicas y los nuevos estilos de vida le sumaron un freno al crecimiento demográfico. Por otro lado, la tasa de fertilidad está disminuyendo en casi todo el mundo, amenazando con una subpoblación dramática. Se sugiere que la contaminación, los alimentos procesados y la obesidad podrían tener relación con esa tendencia. Digo que también el parto ha dejado de ser un hecho natural, porque el número de cesáreas está aumentando en casi todo el mundo occidental. Mientras la OMS recomienda una tasa de cesáreas de no más de 15% de todos los nacimientos, en la Argentina la tasa en el sector público rondaba el 45% hace tres años. Lo mismo ocurre en toda América Latina y en Europa. Concebir y parir ya no es una circunstancia común como antes, y ese cambio ha creado una serie de actividades sofisticadas de acompañamiento profesional que la hace aún menos relajada y natural. Totalmente de acuerdo con la idea de lo natural como construcción. En la era de las redes sociales toda novedad se convierte rápidamente en un producto de marketing y las consignas se replican al infinito, dejando por el camino el sentido original. Aunque el concepto de lo natural no es nada nuevo, sí lo es la catarata de normas para llegar a la naturalidad por los caminos más artificiales. Es muy impresionante ser testigo de las modas en alimentación, por ejemplo. Hace unos años todo se curaba con propóleo; después las bayas de goji eran la panacea universal, más adelante la echinacea, después el jengibre, al año siguiente el coco y ahora la cúrcuma. Paralelamente se demonizaron primero los huevos, después los lácteos y hace pocos años el gluten. En la clínica se ven pasar mes a mes esos berretines ridículos como se ven pasar en los desfiles las hombreras, las transparencias, los borcegos, los moñitos y la moda lencera.

      –Dedicás un capítulo a la pregunta sobre por qué hombres y mujeres conviven si es "antinatural": ¿Puede ser antinatural algo que existe desde hace miles de años? Y una más: ¿cómo fue tu propia experiencia considerando que viviste casada "desde los 20 hasta los 70 años"?

      –Bueno, en el libro planteo eso con cierto sarcasmo, basándome en la afirmación de que las mujeres y los varones no somos iguales y tenemos intereses, necesidades y hábitos diferentes. Y sí, hay muchas cosas que los humanos venimos haciendo desde hace miles de años y no pertenecen al mundo natural. Las guerras, los éxodos, el patriarcado, la explotación de los más vulnerables, la destrucción del medio ambiente, para darte algunos ejemplos. Mi experiencia personal dice a las claras que a pesar de todo lo que escribo, creo en el matrimonio. Hacer cuatro intentos y estar disponible para un quinto requiere mucha confianza en el amor. Es incomparable la entrega romántica que te exige la decisión de convivir con alguien, aún sabiendo que hasta el nido más amoroso puede transformarse en una experiencia infernal en cualquier momento.


      El nido infernal, de Mónica Müller (Vinilo)


      Sobre la firma

      Débora Campos
      Débora Campos

      Editora de la sección Cultura [email protected]

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