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      Maggie O'Farrell: la latente contienda familiar

      La distancia que nos separa es una de las primeras novelas de la narradora británica, autora de las celebradas ficciones Hamnet y El retrato de casada.

      Maggie O'Farrell: la latente contienda familiarMaggie O'Farrell

      La literatura de Maggie O’Farrell resplandece. El entusiasmo que despierta obedece, en gran medida, a la sofisticada construcción narrativa que exhiben sus trabajos, pertenezcan o no al territorio de la ficción. Es allí donde habría que buscar el argumento más relevante a la hora de considerar la fidelidad de sus lectores y su consagración literaria (Hamnet, por mencionar su novela más conocida, fue distinguida con el Women’s Prize for Fiction y el National Book Critics Circle Award).

      La lectura de sus textos se parece a un dichoso paseo nocturno a través de una carretera tenuemente iluminada; una carretera cuyo trazado se torna en algunos pasajes impredecible por la aparición repentina de intersecciones y desvíos, lo que durante el recorrido puede llegar a suscitar asombro o un ligero instante de zozobra, pero nunca hasta el punto de perder por completo la orientación del camino. Lo que seduce en O’Farrell es el plan, el circuito narrativo, la organización rigurosa de los elementos del relato.

      Ya desde las primeras páginas de La distancia que nos separa, su tercera novela (editada originalmente en 2004; inédita hasta ahora en castellano), es posible distinguir la destreza de la escritora irlandesa. Dividida en cuatro partes, y a partir de episodios breves, O’Farrell se propone contar la frondosa trastienda de una historia de amor en ciernes. El serpenteante y no poco tortuoso camino que deben transitar una mujer y un hombre para encontrarse en la vida y probar suerte juntos.

      Jake y Stella, los protagonistas del relato, sobrellevan su existencia bajo la influencia de una inquietud secreta que los persigue y no los suelta. Pocas líneas le alcanzan a O’Farrell para trazar con precisión alguna peculiaridad fundante de los personajes que circulan por el accidentado mundo de sus ficciones.

      Nacido y criado en Hong Kong –aunque de raíces anglosajonas–, la vida de Jake da un vuelco inesperado durante los multitudinarios festejos por el Año Nuevo chino. Empujado por las repercusiones de un evento desgraciado, debe abandonar su país natal por primera vez y viajar a Londres, donde lo esperan las huellas de un hombre para él desconocido: su propio padre.

      La vida de Stella –de ascendencia italiana– transcurre en movimiento: nunca se encuentra en el mismo sitio. Es, tal como se la describe al comienzo del libro, “un tanto escurridiza”. El suyo es un eterno peregrinar por el mundo. O, mejor sería decir: una fuga permanente, porque lo que intenta dejar atrás en cada viaje es una escena del pasado que regresa a su memoria con la persistencia de una polilla impenitente.

      Un secreto que no se puede olvidar y que comparte únicamente con su hermana, la persona más importante de su vida. Inseparables desde el nacimiento, Stella y Nina mantienen un vínculo que de tan estrecho resulta asfixiante (“Stella tardó mucho tiempo en distinguir a su hermana de sí misma. Creía que Nina era ella o que ella era Nina o que eran una sola persona, un solo ser”). Esto consolida entre ellas y su relación una lógica marcada por la ansiedad. Nina la persigue e intenta desesperadamente establecer o con ella; Stella entonces se escabulle y escapa, busca preservarse y cambia de pronto la dirección de su itinerario.

      Jake y Stella se desplazan incansablemente de un lado a otro –hasta que por fin logren coincidir y, después de un derrotero imposible, consigan encontrarse–, y la novela se constituye, por momentos, en un formidable relato de viajes.

      El microcosmos familiar se convierte en el centro de la ficción. La familia se presenta como una unidad confinada, una fuerza de gravedad acaso invencible, propietaria de una sintaxis –y de una historia– particular, única en sus propios términos. Mediante un complejo juego de perspectivas y planos temporales, y una ajustada articulación de episodios significativos en la biografía de sus protagonistas, la narración avanza y retrocede, alterna entre el pasado y el presente, y así despliega, sin apresurarse, un mapa de genealogías diversas que procura dar cuenta de lo que supone la herencia familiar en la conformación de una identidad. Una saga de familias de origen inmigrante, donde las mujeres ostentan un lugar dominante.

      “Prefiere creer que no se acuerda de nada, que se le ha borrado todo de la cabeza: la capilla, las oraciones, las insoportables comidas, las cuestas del pueblo, la confusión entre las dos lenguas en la mesa, en las tiendas, en el colegio. Pero resulta que, en esos momentos tan intensos de dolor o amor extremo, le sale sin darse cuenta aquel vocabulario que enterró hace mucho, la lengua de su madre”, apunta el narrador de esta historia.

      La novela narra justamente eso: las idas y vueltas, los cortocircuitos, las ilusiones y desilusiones, los repliegues, los reencuentros inesperados en la siempre latente contienda familiar. Una cuestión, en definitiva, de distancias: el deseo de alejarse y desprenderse de su monopolio; pero también la necesidad de mirar hacia atrás y, en retrospectiva, volver a encontrarse con uno mismo.

      La distancia que nos separa, Maggie O’Farrell. Trad. Concha Cardeñoso. Libros del Asteroide, 344 págs.


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