window.addEventListener('keydown', function(e) { if(e.key === 'Escape'){ e.preventDefault() } });
Noticias hoy
    En vivo

      Travesía sonora por la Nueva York de los años 20

      Recién llegado de Suiza, donde reside desde hace tres décadas, el pianista tocará el emblemático Concierto en sol de Maurice Ravel en el Teatro Colón.

      Travesía sonora por la Nueva York de los años 20Recuerdos de infancia. La primera vez que Nelson Goerner escuchó el sonido del piano fue en la casa de su abuela, tocado por ella. Foto: Marco Borggreve.

      Es uno de esos músicos a los que no le interesa llamar la atención por absolutamente nada que esté fuera del piano y su repertorio. Cada una de las interpretaciones de Nelson Goerner ilumina un mundo hasta ese momento jamás escuchado, lleno de detalles, que se habían escurrido en las manos de otros pianistas. Su entrega exige un oyente concentrado.

      Nacido en San Pedro, siempre cuenta que escuchó el sonido del piano por primera vez en la casa de su abuela. “Miraba las partituras que ella estudiaba y me surgían muchísimas preguntas”. Pasó mucho tiempo desde aquellos primeros años, que él recuerda siempre. Escuchar los nocturnos de Chopin grabados por Arthur Rubinstein fue el punto de partida para imaginar una carrera como pianista. Mudarse a Buenos Aires para tomar clases con Jorge Garrubba, Juan Carlos Arabian y Carmen Scalcione, el camino que encontró y que nunca olvida mencionar cuando habla de sus comienzos. “Cada uno tenía su personalidad, pero todos eran músicos de verdad cuyos consejos siguen resonando en mí. Sus objetivos eran claros: que uno encontrara su propia voz como músico y el camino propio para expresarse. Además, siempre me advertían sobre las muchas trampas en las que el aspirante a músico puede caer. Esas son las cuestiones que yo trato de transmitirles a mis propios alumnos”.

      Después vino el Primer Premio del Concurso Liszt y su viaje a Europa. Finalmente, Goerner se radicó en Ginebra, Suiza, donde su agenda de conciertos es muy exigente. Sin embargo, siempre vuelve a Buenos Aires. Este año, con la Orquesta de la Suisse Romande (en su 100° aniversario), tocará el Concierto en sol de Maurice Ravel, como parte del programa que el Mozarteum presenta el 7 de mayo en el Teatro Colón.

      El pianismo de Goerner y la obra de Ravel comparten el gusto por el detalle con cierta obsesión por no perder jamás el equilibrio de la forma y el caudal expresivo. Sin embargo, el ánimo del Concierto en sol –una especie de pintura sonora de la Nueva York que Ravel visitó a finales de la década del 20– parece contradecir toda voluntad introspectiva, especialmente en ese primer movimiento efervescente y extrovertido.

      –¿Cómo se acercó a esa obra que, tal vez en una mirada rápida, parecería tan lejana a su espíritu?

      –Escuché el Concierto en sol por primera vez cuando tenía unos 14 o 15 años, en la hermosa versión de Martha Argerich y Claudio Abbado. Más tarde volví a escuharlo en aquella interpretación legendaria de Arturo Benedetti Michelangeli junto con Sergiu Celibidache. Pero recién cuando cumplí 25 empecé a trabajarlo realmente. Fue para un concierto con la Orquesta Kollegiummusicum de Winterthur, de Suiza. Entonces, tengo en repertorio el Concierto en sol desde hace ya más de 20 años y suelo interpretarlo con frecuencia. Una de las primeras veces que lo toqué fue justamente en el Teatro Colón con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Leopold Hager, en 1995. Lo he tocado varias veces con la Orquesta de la Suisse Romande y, antes de hacerlo en Buenos Aires, lo hicimos en Lausanne. Todavía recuerdo el impacto que me causó la obra en esa primera audición.

      –¿Qué encontró en ella?

      –Por supuesto que lo primero que apareció es la extraordinaria vitalidad de los movimientos extremos pero, sobre todo, me impactó la belleza del segundo movimiento, una belleza que calificaría de hipnótica. Y confieso que, cada vez que abordo la obra, todas estas impresiones todavía resuenan en mi interior de forma muy vívida.

      –Esos movimientos extremos, que usted adjetiva como “vitales”, suelen sonar bombásticos. Por eso me atrevo a pensar que la pieza tal vez se aleje notablemente de su registro habitual. ¿Cree que es así?

      –No lo creo. La indicación de Ravel lo dice todo: Allegramente. No sé si utilizaría la palabra “bombástico” para definirlo, pero sí muy brillante, con una buena dosis de humor y hasta de impertinencia, pero también de una sensualidad exquisita en los solos del piano y en la Cadenza. Ravel decía que no había buscado efectos dramáticos sino el espíritu cercano al “divertimento” de los conciertos de Saint Saëns. 

      –Pero coincidirá conmigo en que ese primer movimiento es pura adrenalina. ¿Cómo lo aborda? En muchas versiones se escucha que el piano responde con virulencia a la fusta. ¿Cómo es su respuesta?

      –Ese concepto de Ravel del que hablábamos, esa idea de no buscar efectos dramáticos sino encontrarse con el divertimento, me parece una guía invalorable para cualquier intérprete a la hora de abordar ese primer movimiento. La dificultad mayor con la que el intérprete se enfrenta reside en contar con la plasticidad necesaria para poner en relieve la sensualidad de la curva melódica que Ravel escribió, para luego, y en cuestión de segundos, encontrarse con la pujanza de sus elementos rítmicos o el colorido “jazzístico”. Es un movimiento que requiere gran frescura, una espontaneidad juvenil.

      Nelson Goerner en el Teatro Colon, en 2016.
 Foto: Guillermo Rodríguez AdamiNelson Goerner en el Teatro Colon, en 2016. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

      –El segundo es absolutamente diferente, puro misterio.

      –Porque es, justamente, el corazón de la obra. Creo que nunca dejaré de agradecer a Ravel el solo inicial del segundo movimiento. Es un regalo maravilloso que nos hizo a todos los pianistas. Ese solo es una melodía que se despliega como si no fuera a tener fin. En cuanto al último movimiento, lo pienso como una implacable “toccata”, de extrema brillantez y colorido. Creo que es exactamente así como hay que tocarlo.

      –Para el momento en que se presente en Buenos Aires ya habrá dado algunos conciertos con esta orquesta que, de tan sutil, por momentos puede sonar un poco tímida. ¿Trabajó junto con su director, Jonathan Nott, la comunicación del piano con el conjunto? ¿Qué particularidades le parece que esta orquesta le puede aportar al Concierto en sol?

      –La Orquesta de la Suisse Romande tiene mucha afinidad con el repertorio raveliano, incluso desde la época en la que el compositor estaba todavía vivo. Posee la ductilidad, las texturas coloridas y sutiles pero también aquellas más brillantes y rutilantes, necesarias para abordar a Ravel. Todas estas cualidades hacen de la orquesta uno de los grandes exponentes de este repertorio. Para mí como solista es una gran experiencia el diálogo que se establece naturalmente con los músicos, también esos desafíos que representan las situaciones no previstas en los ensayos y que siempre aparecen entre nosotros en los conciertos.

      –Se cuenta que la pianista Marguerite Long cayó desmayada cuando le tocó grabar la obra, lo que hace imaginar las dificultades técnicas que enfrentó. ¿Es realmente tan compleja técnicamente? ¿Resulta hoy tan difícil como en los tiempos de su estreno">