La propuesta del reconocido filósofo político estadounidense Michael Walzer en La lucha por una política decente (Katz Editores), que tiene como subtítulo Sobre “liberal” como adjetivo, es tan modesta en su finalidad como relevante en esta coyuntura. Como aclara el autor en el prefacio, no se trata de un libro académico ni de un programa sino de un ejercicio reflexivo realizado durante la soledad pandémica. La defensa del término “liberal” como adjetivo que acompañe y resignifique el sustantivo precedente resulta una declaración de principios crítica de toda forma de identitarismo radical del liberalismo que en los tiempos presentes resulta una mirada tan novedosa como refrescante.
En palabras del propio Walzer: “El adjetivo, como intentaré demostrar, constriñe el uso de la fuerza y propicia el pluralismo, el escepticismo y la ironía”. De manera que la vindicación del término “liberal”, tan manoseado, envilecido y pervertido los últimos años, opera para Walzer como una forma de defensa de una actitud vital y una moral asentada en una concepción pluralista, antidogmática y del diálogo irónico que puede ser asumida por sustantivos muy diversos e incluso opuestos, tal es así que puede haber progresistas liberales, socialistas liberales, feministas liberales, comunitaristas liberales, judíos liberales, intelectuales liberales, internacionalistas liberales e incluso nacionalistas liberales. Cada sustantivo define un core diferenciado que, sin embargo, realizado desde un ethos liberal compartido puede resultar una hoja de ruta viable en tiempos de fracturas ideológicas extremas.
Walzer recorre cada una de las posiciones mostrando precisamente la especificidad del sustantivo que opera de sustrato de la identidad política pero declinado desde la particularidad del adjetivo liberal que oportunamente le otorga una sensibilidad común. Así es que un demócrata liberal (un progresista en los Estados Unidos) defenderá un Estado en el que se limite el poder, en el que la vida en común sea plural e inclusiva y se resguarde el derecho de oponerse al gobierno. Del mismo modo, un socialista liberal sostendrá una posición igualitaria en la cual los trabajadores sean protegidos sindicalmente y la discriminación positiva sea una herramienta efectiva para la inclusión de minorías pero con el mismo énfasis criticará el totalitarismo, la opresión y la falta de libertades civiles de los regímenes comunistas.
Por su parte, los nacionalistas liberales, si bien parten de un sentimiento patriótico determinante y de la defensa de ciertas tradiciones locales, no caen en el populismo autoritario ni en la excepcionalidad nacional que deriva en el racismo o la xenofobia. De igual manera, los comunitaristas liberales, dentro de los cuales el propio Walzer se categoriza, si bien valoran el desarrollo de los lazos sociales y de la reciprocidad de la vida en común, no obligan de modo tiránico a ceder los intereses legítimamente personales e individuales en virtud del “bien común”. La pertenencia a una comunidad, en este aspecto, no implica que haya una sola forma de involucrarse con la identidad comunitaria, vale decir, hay diversas formas de ser estadounidense o judío. En el caso del feminismo liberal, Walzer da cuenta de la importancia que reside en la denuncia de la violencia machista durante el #MeToo pero las feministas liberales sabrán diferenciar múltiples formas de castigo sin pasar por alto la presunción de inocencia y el derecho a la defensa de todo ciudadano acusado; el punitivismo “informal” es algo que debe ser evaluado con mucha delicadeza.

Hay “liberales” de diferentes extracciones políticas pero hay límites: no puede haber racistas ni fascistas liberales. Para Walzer tampoco debemos confundir el capitalismo con el liberalismo, que a pesar de a menudo ser asociados deben ser claramente diferenciados, ya que las desigualdades y la coerción hacia los trabajadores que ocurren bajo un esquema capitalista dañan ciertamente la aspiración liberal de igual libertad y dignidad. Sin embargo, Walzer destaca que es posible que haya libertarios liberales, y cita el caso de Robert Nozick, que genuinamente cree en una economía de mercado que debe ser divergente del capitalismo; este último será un sistema resultado de las confiscaciones de tierra, las subvenciones y prebendas del Estado, mientras que el mercado no necesariamente implica estos procesos violentos. Se trataría de un libertarismo digno y verdaderamente liberal como antídoto en el auge de las derechas radicales autopercibidas “libertarias”

En definitiva, el resaltado del adjetivo “liberal” es una solución interesante en medio de tanto “sustantivo” identitario. La adjetivación aportará su matiz que en este caso es todo: límite del poder político, defensa de los derechos individuales, pluralismo de partidos, religiones y naciones, derechos de oposición y desacuerdo desde un temperamento escéptico, generoso e irónico. Quizá el libro de Walzer parezca ingenuo y demasiado a contrapelo en épocas incandescentes e intensas, por ello esta disidencia debe ser celebrada.
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