Hay una gramática del dolor en un papel blanco manchado con sangre. Varias frases orbitan alrededor de otra escrita en letra de imprenta temblorosa, irregular, que no parece la de una mujer de 50 años sino la de una niña: “Íbamos a la calle”. Debajo, desde el centro a la derecha, como cayendo, una disculpa que rueda: “Fue mucho”. “Los amo”. “Lo siento”.
Esta nota hallada en una cocina es la piedra Rosetta que contiene la clave del caso policial que conmueve el país. Tres asesinatos, un suicidio, ningún testigo. El retrato de una familia feliz hecho añicos en una mañana, la del miércoles 21 de mayo, de la que sólo tenemos cuatro cadáveres, dos cuchillos, varios objetos, una carta e infinitos supuestos. Hilos sueltos que la ciencia forense intentará tejer para construir una historia: por qué pasó lo que pasó en las vidas de Laura Leguizamón, Adrián Seltzer y sus hijos Ian e Ivo.
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El crimen de Villa Crespo espanta porque no entra en la cabeza de nadie. Es una anomalía que nuestros dispositivos de pensamiento no pueden procesar. El escenario conjetural empieza con una mujer que mata a su esposo dormido de tres puñaladas. Una madre que, antes de dejar una carta con letra infantil y suicidarse, ataca a cuchillazos a sus hijos (que están despiertos, que intentan huir) y que los asesina por la espalda. Un relámpago de horror en vidas que, si las redes sociales no mienten, se veían felices y plenas.
Gastón Intelisano es licenciado en Criminalística, radiólogo, perito del Ministerio Público Fiscal y autor del libro “Elemental, mi querida ciencia forense” (Siglo XXI). Cuando escuchó la noticia de la masacre recordó una máxima del criminólogo norteamericano Ed Sulzbach, ex instructor en la Academia del FBI en Quantico, Virginia: “No busques unicornios hasta que te hayas quedado sin ponies”.
“Lo quiere decir Sulzbach es que la mayoría de los crímenes son mundanos: el amante celoso, el marido violento, el delincuente adicto… Cuando tenemos múltiples víctimas, estamos en presencia de un unicornio. La mayoría de los casos que vemos en la morgue son ponies. Pero cada tanto aparece uno como el de Villa Crespo, con una complejidad psicológica muy profunda”, afirma.
Intelisano no se cocina al primer hervor. Durante una década su trabajo fue abrir cadáveres en la mesa de autopsias. Incluso desde su mirada profesional, el caso Seltzer-Leguizamón lo convoca por lo excepcional. “Es probable que una persona que esté apuñalando a sus seres queridos, en su mente, no los esté atacando a ellos sino a una fantasía que la perturba”, arriesga.

Postales de una vida normal
Nada estremece más que lo que se sale de norma. Los Seltzer-Leguizamón vivían en el sexto piso de un edificio de Aguirre y Julián Álvarez que no puede más de clase media. Puerta de madera y vidrio repartido, mármol enmarcando la entrada y un frente sencillo. En la esquina, una farmacia. Al lado, una verdulería chiquita. En diagonal, un Croque Madame. El escenario más común y corriente que uno pueda imaginar.
Todos los testimonios hablan de una familia dichosa. Seltzer (53), licenciado en istración agraria y trader de granos, era un hombre con iniciativa, que incluso había abierto, como pasatiempo con amigos, una tienda de vinos en la avenida Córdoba al 6200. Se lo recuerda como un hombre analítico y de charla amena.
Leguizamón (50) era una madre simpática y buena onda, siempre dispuesta a recibir en su casa a los amigos de sus hijos Ian (15) e Ivo (12). Los chicos estaban muy integrados a su grupo del colegio (el ORT, de Almagro), donde eran muy queridos. Tenían inquietudes musicales: tocaban la guitarra y eran fans de Queen.
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Las redes hablan de esa felicidad. El último posteo de Seltzer en Facebook es del 30 de marzo y está dedicado a su mujer: “Genia y diosa”, con una foto de los dos mirándose con ternura a los ojos. Ya tiene más de 200 comentarios. Hasta hace seis semanas, eran de cariño y iración: “divinos”, “bellos”. A partir del miércoles pasado, cuando irrumpió la tragedia, llegó un aluvión de expresiones de horror, de lamento y, también, de reacciones rastreras que hablan de la mugre que los s vuelcan en las redes sociales.
El último posteo de Leguizamón es del 1 de marzo y alude con alegría a unas vacaciones familiares en Mar del Plata. La cantidad de comentarios superó los 300 y la deriva es igual: de “¡qué lindas vacas!” (los primeros, de gente que la quería) hasta la lluvia de crueldades lanzada por desconocidos durante las últimas horas.
Entre los objetos secuestrados por la Policía, junto con los dos cuchillos que habría utilizado Leguizamón, hay dos medicamentos psiquiátricos: sertralina y olanzapina. Se presume que eran los que tomaba la mujer por prescripción médica.
La acción principal de la sertralina es antidepresiva. Pero también se utiliza en ataques de pánico, trastornos obsesivo-compulsivos y estrés postraumático. Incrementa los niveles de serotonina, una hormona y neurotransmisor que se ve disminuida en los casos de depresión.
La olanzapina es un antipsicótico. “Un cuadro de psicosis implica la presencia de dos síntomas fundamentales: alucinaciones y delirios, que son primordiales de la esquizofrenia, pero no exclusivos”, explica el doctor Norberto Abdala, psiquiatra. “Los antipsicóticos se utilizan para frenar las alucinaciones y actúan sobre el exceso de dopamina cerebral”, agrega.

Más allá de la realidad
Ambas drogas se empezaron a utilizar en los años noventa y son muy eficaces. Tienen una vida media larga: es decir, si el paciente deja de tomarlas, persisten durante varios días en el organismo hasta que su concentración en sangre desaparece. “En esa bajada de tobogán es cuando a la persona se la empieza ver rara, con cambios de humor, silencios, miradas desconfiadas”, señala Abdala.
Las alucinaciones son fundamentalmente auditivas, agrega. Voces irreales que el paciente escucha y que pueden llegar a atormentarlo. En la fase de delirio, se estructura una narrativa de amenaza, permanente, incuestionable, que no se puede revertir con argumentos lógicos. “Si, por ejemplo, un paciente tiene el delirio de que van a venir extraterrestres a descuartizar a sus seres queridos, quizás decida matarlos él para evitarles el sufrimiento: lo anima una idea de salvación”.
“Ciertos trastornos psiquiátricos no sólo producen una alteración de la percepción del mundo sino también de la organización del pensamiento: uno no puede diferenciar el pensar del fantasear. La frontera es permeable. Se actúan fantasías que, por propia definición, están en la imaginación y fuera de la realidad”, indica Abdala.
Un múltiple crimen de estas características es un hecho extremadamente infrecuente, subraya el psiquiatra. Unicornio, al decir de los criminólogos. Es por eso, quizás, que nos cuesta tanto aceptarlo. Y nos hace volver una y otra vez a la pregunta que le sigue al estupor: ¿cómo pudo ser?
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Secretario de Redacción. Editor Jefe de la revista Viva. [email protected]
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