En la cabeza del futuro infiel se dirime el clásico conflicto humano: la tentación y la culpa. A veces gana una, a veces la otra, o se aprende a convivir en un equilibrio inestable que trae algo de alivio.
Para el que ya es ducho en estas cuestiones, sortear las razones morales es un ejercicio que sale “de taquito”. Quizás le resulte más difícil encontrar excusas que justifiquen sus llegadas tarde, las ausencias o la reunión inesperada. Y, como todo en la vida, la experiencia cuenta: cada nuevo encuentro o relación “tramposa” sumará manchas al tigre.
Sin embargo, para aquel que se prepara para ser infiel, el “derecho de piso” es inevitable: estará sometido a la duda, al miedo, a un estado de alerta constante y, por supuesto, a la inevitable culpa.
Ahora bien, no es lo mismo “picar” y huir que quedarse en una doble vida. En el primer caso es una conducta que emerge con la convicción del “toco y me voy”. Es posible que en estos casos predomine la seguridad de no reincidir o que la elección del amante no de para más de un encuentro. En cambio, el que se queda construirá un rol más o menos complejo, en el cual la fábula, los subterfugios, la “cara de poker” o de “perrito sufriente” serán recursos dramáticos para actuaciones memorables.
Las clásicas excusas
Decir “voy a buscarme un amante” o “estoy a punto de ser infiel” no surge de un momento para otro. Las fantasías y los devaneos mentales piden un poco de raciocinio, solo que este, muchas veces, justifica las acciones fantaseadas. El que está a punto de ser infiel encuentra siempre razones para serlo: “no me llevo bien con mi pareja”, “tenemos poco sexo”, “estoy cansado de tanta rutina”, “los hombres somos más sexuales”, “si mis amigas lo hacen hacen… ¿Por qué no yo">