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      Una radio debajo de la almohada

      Elogio de la vieja portátil, una herramienta cargada de recuerdos y que todavía conserva su encanto.

      Una radio debajo de la almohadaLa vieja y querida radio Spika.

      Recuerdo la radio con funda de cuero marrón con la que mi papá, cuando volvía del trabajo, escuchaba la audición de Julio Jorge Nelson. Él llegaba a casa un poco después que yo del colegio, se ponía cómodo y acompañaba el mate con tangos de Gardel y la verba llorosa y engolada del conductor.

      Recuerdo que con los chicos del barrio conseguimos una Spika desarmada y la pusimos de premio en una rifa para comprar camisetas de fútbol: la ganó la tía de un pibe apodado Manguera, pero nunca se la dimos porque el responsable de montarla fracasó en el ensamblaje.

      Recuerdo también mi primera radio: era grande, tenía controles deslizantes y captaba FM (por entonces un territorio yermo a no ser de algunas emisiones precarias y aisladas) y onda corta (mucho más interesante, porque me imaginaba enganchando transmisiones de países exóticos, aunque nunca pasaba de Uruguay o algo de Brasil).

      La radio era el boxeo de los sábados en el Luna Park, los partidos de los domingos y, cuando empecé a trabajar atendiendo la librería de un colegio industrial de Barracas, las mañanas de lunes a viernes con un programa muy divertido de Juan Carlos Mesa. Luego llegarían los ochenta, la explosión de la FM (que se llenó de música y voces juveniles) y la AM convertida en puro nervio, actualidad y política.

      Las radios con funda de cuero, furor en los 60 y 70.Las radios con funda de cuero, furor en los 60 y 70.

      Esta evocación, que seguramente tiene los errores de la memoria ejercida a mano alzada, viene a cuento de una confesión que me hizo un compañero de trabajo algo más joven que yo, pero no tanto. Padre de una chica de 17 años, se paró en la vidriera de un negocio de electrónicos para ver un aparato de radio (el suyo se le había roto) y la hija le disparó al corazón de su orgullo: “¿Cuándo te vas a modernizar y usar el celular?” Ahí tomó conciencia de que estaba viendo precios de una pieza de museo.

      La radio es invencible: sobrevivió a la TV y a las redes y conquistó las pantallas. Las voces insinuantes ahora tienen cuerpo y cara. Su vitalidad es envidiable. Lo que languidece es la vieja herramienta.

      Yo tengo una portátil de marca japonesa, pero sospecho que ha sido ensamblada en cualquier otro lado. La uso, mayormente, cuando me desvelo. La pongo debajo de la almohada a un volumen muy leve para no despertar a mi esposa, pero también para que en algún momento el sonido se transforme en ruido blanco. De todos modos, no vale sintonizar cualquier programa. Hasta las dos de la mañana, Dolina. Después, El alargue de Cali Fidalgo. Porque la clave es que el murmullo me traiga voces conocidas y queridas que me acompañen hasta que el sueño, caprichoso, se digne a volver.

      Esta dinámica tiene dos problemas. El primero, un presupuesto considerable en pilas. El segundo, la poca vida útil del aparato, porque es frecuente que termine en el suelo y que se vaya deteriorando caída tras caída. Pero, cada vez que tengo que comprar uno nuevo, estoy muy lejos de sentirme un hombre de las cavernas. Si alguien me carga, lo desafío: “Tratá de dormirte vos con el celular debajo de la almohada y después me contás”.


      Sobre la firma

      Horacio Convertini
      Horacio Convertini

      Secretario de Redacción. Editor Jefe de la revista Viva. [email protected]

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