-Estamos en otro año electoral, ¿cómo ve al oficialismo y a la oposición atravesando estos comicios legislativos?
-No hay ninguna certeza, solo indicios, y estamos todos bastante sobre ascuas. Las encuestas no son concluyentes, y tampoco sé si les creería mucho. Sí creo que va a ser una elección importante para fijar una tendencia, es decir, la posibilidad de que el gobierno se afiance o se consolide una oposición con la base suficiente como para empezar a pensar a qué se opone exactamente. Por ahora, es una oposición que da manotazos en el aire. Posiblemente, las elecciones aclaren un poco el panorama, pero estoy muy desconcertado y sin respuestas.
-¿Su desconcierto es el mismo que tiene la oposición frente al gobierno nacional?
-Todavía no puedo entender muy bien cómo llegamos a Milei, y la oposición tampoco. Por eso mismo, no sabe hasta qué punto es oposición y a qué cosas de Milei tiene que oponerse. En mi caso, durante casi diez años escribí - casi monotemáticamente -, sobre la relación turbia entre el Estado, los grupos de interés y una suerte de mafia que los articula. Creía que esa era mi contribución. Ahora me encuentro con que Federico Sturzenegger no sólo piensa de la misma manera, sino que ha hecho un estudio extraordinario sobre cómo ocurre tal cosa en cada uno de los rincones del Estado, cosa que yo sabía generalizar a partir de ejemplos sueltos. Sturzenegger, además, avanza con la liquidación de bastantes de esos núcleos donde se da esa articulación que ahora todo el mundo llama, de manera correcta, mafiosa. Al mismo tiempo, sabiendo que dentro del gobierno hay otras ideas y prioridades, mi impresión es que Sturzenegger decide sobre cuestiones “fáciles”, como SADAIC o el INCAA. Pero en las verdaderamente difíciles, como lo es el Régimen de Promoción Industrial de Tierra del Fuego, le cuesta más.
-¿Qué otras cosas advierte en el oficialismo?
-El Gobierno hace y dice cosas que no me gustan para nada. En primer lugar, tengo la sospecha -y el temor- de que el Presidente emprenda el clásico camino de los gobiernos personalistas, autoritarios y no republicanos, creyendo que él representa al pueblo directamente. De esa idea vivió el kirchnerismo, el peronismo y el yrigoyenismo: el líder que encarna al pueblo y se desentiende de lo institucional que es propio del Estado. Cuando comenzó este gobierno eso me parecía algo lejano, ahora empiezo a alarmarme.
-¿Se está ante el riesgo de una deriva autoritaria?
-Sí, claro. A Milei, realmente, no lo entiendo. Si tuviera que definirlo diría que es un niño caprichoso con unos padres que lo malcrían y lo dejan avanzar. No sé si él sabe a dónde va. Sabe que quiere hacer cosas sin que nadie le discuta. Piensa las cosas en términos de “conmigo o contra mí”. Son todas acciones bastante desastrosas que hacen recordar mucho a la etapa más fea del kirchnerismo. Este es un problema serio.
-¿Cómo definiría el clima de época de la argentina actual?
-Intuitivamente, diría que estamos ante un cambio de época. Por eso mismo, no sabemos cuáles son las coordenadas del nuevo tiempo que se está gestando, vivimos en un estado de desconcierto. Ahora bien, mi subconsciente de historiador me dice que la gente, a lo largo de la historia, ha pensado infinidad de veces que estaba viviendo un gran cambio y luego el mismo no existió o no fue tal cosa. En este punto, el historiador debe tener la capacidad de ver las cosas por encima de la percepción de los actores momentáneos.
-¿Cómo se enlaza este escenario que describe con la idea de “batalla cultural” de la que tanto se habla hoy?
-Distinguiría dos cosas. Por un lado, las formas: nos quedamos acostumbrados a la etapa de la grieta. Ahora queremos seguir en ella pero con los términos reformulados. Lejos del consenso y la convivencia, parecería que hay acuerdo en que hay que estar en la batalla, entendida como una forma extrema y heroica de procesar las diferentes opiniones. A mí eso no me gusta. Una de las cosas que me molestan del gobierno nacional es que no haya salido de allí. Por el contrario, se siente muy cómodo. Por otra parte, los términos de la batalla cultural son todavía muy imprecisos. Hay una batalla pero no sabemos dónde están parados y qué quieren el oficialismo y la oposición. Dicho esto, la batalla cultural del gobierno tiene un punto muy sólido, claro y positivo: el sentido común de que un Estado no puede ser permanentemente deficitario y debe alcanzar el equilibrio fiscal. Si la batalla cultural se limitara a esto, estoy de acuerdo. Pero no. El gobierno divide a la argentina en “Nosotros” y “Ellos”, utilizando un lenguaje absolutamente descalificatorio. También enarbola las consignas de la extrema derecha actual (por ejemplo, el tema de la homosexualidad) de manera aterradora. Si esa es la batalla cultural estamos mal.
-A propósito, ¿cómo encuadra al gobierno argentino visto a escala de lo que está pasando en el mundo con la extrema derecha?
-Si pienso en la Argentina, no termino de convencerme de que el gobierno nacional tenga idea de lo que está hablando. Toca de oído, con la tranquilidad de desdecirse al día siguiente. Todo lo que sale de ese canal es espantoso, tanto en el fondo como en las formas. En el mundo, los movimientos de ultraderecha no tienen nada que ver con el liberalismo. Asimismo, la fuerza de Marine Le Pen en Francia o la derecha italiana de Meloni, por ejemplo, tienen una elaboración teórica y política más seria.
-¿Qué valoración se hace de la ideología cuando se utiliza la categoría “izquierda” como insulto?
-Ahí hay dos cosas combinadas. Por un lado, la política como combate final, cosa que ya se vivió en tiempos de “Al enemigo, ni justicia”. Y por el otro, considero que hoy las categorías no sirven para nada. ¿Qué es izquierda y qué derecha? Creo que cuando las categorías ideológicas entran en el debate político duro se desgastan. Eso es inevitable. En efecto, el término “populismo”, de tanto abarcar, no dice nada. Tampoco la palabra democracia tiene un sentido claro. El concepto “pueblo” nunca lo tuvo, ya que puede definirse de muchas maneras. Me parece que hemos heredado del kirchnerismo la licuación de las palabras, una de ellas es liberalismo. Por lo demás, puedo sentirme cómodo con la versión clásica del liberalismo, esa que tiene que ver con la convivencia política. Respecto a la versión socialdemócrata del liberalismo, la idea de base es que el Estado tiene un trabajo que hacer frente a las desigualdades sociales. Pero en la Argentina tenemos un Estado degradado y licuado, al que se acusa de haber hecho demasiado en ese campo. Creo que esa acusación está mal. Lo que ocurrió fue que el Estado utilizó esa perspectiva de la mejora social para generar un sistema de prebendas.
Señas particulares
Luis Alberto Romero es historiador graduado en la UBA. Fue investigador principal del Conicet, docente de grado y posgrado en distintas universidades. Es miembro de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina y de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Director del archivo digital José Luis Romero (www.jlromero.com.ar ). Es autor de “Breve historia contemporánea de la Argentina 1916-2016” , entre otros libros. Compiló el libro de José Luis Romero “La Guerra Fría vista desde Buenos Aires. Los editoriales en La Nación 1954-1955” ( Sb, 2025).
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