Algunos acontecimientos de los últimos años han puesto de manifiesto lo que era tendencia desde el inicio del siglo XXI, que se consolidó desde la llegada de Trump al poder y que la actual guerra entre India y Pakistán lo definiera como un hecho: el fin del multilateralismo tal cual se concibió después de la Segunda Guerra Mundial.
En efecto, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el GATT (reconvertido en la Organización Mundial de Comercio-OMC) más el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial son, en esencia, el reflejo en una foto de los grandes vencedores de aquella contienda estructurados en foros de poder con capacidades globales.
La pandemia del Covid-19 puso en duda la razón de ser de la Organización Mundial de la Salud ya que cada estado se valió por la suyas tratando de conseguir las vacunas necesarias para su población en desmedro del resto y tomando medidas sin contemplar la cooperación internacional.
La guerra entre Rusia y Ucrania hizo que se paralizara el Consejo de Seguridad de la ONU por la amenaza al uso del derecho de veto de algún miembro permanente, llevando a que el conflicto perdure aun tres años después de su inicio. Ya en 2005 los del Grupo de los Cuatro (Alemania, India, Brasil y Japón) pedían reformas profundas al órgano más importante a nivel planetario con el objetivo de lograr una mejor representatividad que refleje el ascenso de otros poderes en la escena internacional y regional.
En el mismo sentido, el ataque de Hamas sobre Israel y su devastadora respuesta llevaron a tibias reacciones de ese cuerpo y el de la Asamblea General ante miles de muertos, millones de desplazados y rehenes que aún permanecen en manos de la organización terrorista.
Las recientes medidas alrededor de los aranceles, marchas y contramarchas tomadas por Trump para satisfacer solamente los intereses de su país y que trastocan el del resto de la comunidad internacional llevan a profundizar las dudas sobre los objetivos de la OMC: promover el comercio internacional libre y justo, contribuyendo al crecimiento económico y al desarrollo sostenible de las naciones.
La Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) se encuentra dependiendo de lo que pueda hacer EE.UU. con respecto al avance del programa nuclear militar de Irán. Otra vez, las negociaciones con Teherán son lideradas por Washington del mismo modo resultó el acuerdo alcanzado por Obama en 2015 y su posterior desarticulación por Trump en 2018.
La cuestionable eficacia del Tribunal Penal Internacional, que sólo ha dictado condenas a líderes africanos de la República Democrática del Congo, Malí y Uganda sin prestar demasiada atención a crímenes de guerra, genocidio, agresión y de lesa humanidad que se cometen a diario en otros rincones del mundo también hace tambalear el espíritu de su concepción.
Otros organismos especializados de la ONU, como el Comité de Derechos Humanos y UNESCO, muy cuestionados en su esencia por la politización de sus acciones, han servido para que algunos estados hayan suspendido en varias ocasiones sus respectivos financiamientos llevando recientemente al Secretario General, Antonio Guterres a ordenar comenzar con un proceso interno profundo de reformulación y restructuración de planes y programas de la organización.
La sensación que existe es que lo hace desde adentro la ONU o se la impondrán desde afuera a fuerza de desfinanciamiento y las presiones de actores que pujan por una mejor representación de la distribución del poder a nivel global.
Agustín Romero es Doctor en Ciencia Política y director del posgrado en Asuntos Argentinos, Facultad de Derecho-UBA
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