En un país normal, el ministro de Economía no discute con el actor más prestigioso de la región por el precio de las empanadas. Podrían, en todo caso, polemizar cordialmente sobre si son mejores fritas o al horno, si las salteñas son más ricas que las tucumanas o si es una aberración hacerlas de pollo, cheddar y panceta.
Pero no. Acá Luis Caputo sale a cruzar con aspereza a Ricardo Darín -un tipo realmente amable- porque no le gusta lo que el protagonista de El Eternauta le dice a Mirtha Legrand, en el programa señero de la tevé local, sobre cuánto cotiza la docena de empanadas.
En una democracia republicana sólida, un periodista no sufre en un día diez intentos de hackeo de su WhatsApp, uno de su de X, además de recibir insultos y amenazas en su celular desde cuatro números distintos y -frutilla del postre- ser registrado con su nombre en una página pornográfica. No al menos sin que el Gobierno salga a ponerse a su disposición mientras repudia el episodio.
Pero eso le pasó a Hugo Alconada Mon, de La Nación, luego de que el domingo revelara que el Plan de Inteligencia Nacional (PIN) de la SIDE pone el ojo en quienes “manipulen a la opinión pública” en elecciones o propaguen la “desinformación”, en aquellos que “erosionen” la confianza en los funcionarios públicos y en “actores” que puedan generar una “pérdida de confianza” en las “políticas económicas” del Gobierno. Descripción que abarca a periodistas, economistas, académicos y opositores. O a cualquier compatriota, bah.
En un sistema de medios públicos imparcial, no se reemplaza las malas prácticas de un signo por malas prácticas del signo opuesto.
Pero así sucede en Paka Paka, el canal estatal infantil, donde para equiparar “sin bajada ideológica” al ícono de la señal, Zamba, un dibujito de pasado kirchnerista, el Gobierno emitirá la serie animada estadounidense Tuttle Twins, protagonizada por mellizos que viajan por el tiempo con su abuela a aprender sobre “la libertad económica y el anticomunismo”.
En el dibujito se presentan a economistas liberales y libertarios como Milton Friedman, Adam Smith y Ludwig von Mises y se dicen cosas como: "Este hombre necesitado es Karl Marx, fanático socialista y pésimo padre, cuyas ideas llevaron a la muerte a millones de personas".
Las tres situaciones -la de Caputo, la de la SIDE y la de Paka Paka- no hacen más que reflejar cuánta importancia le da el Gobierno al manejo del relato: extrema.
La misma, o más, que le daba Cristina Kirchner en su apogeo.
Para los libertarios criollos resulta esencial controlar lo que se dice, aunque parezca una contradicción con la filosofía a la que proclaman adherir. Quien se atreva a disentir en público será reprendido sin piedad, ya sea por los soldados de las redes o hasta por el mismísimo líder: Javier Milei parece disfrutar cuando le dedica improperios de diversa catadura a quien haya elegido de punto en ese momento.
El objetivo es uno: ganar las elecciones para perpetuar su proyecto de poder, amparados en sus propios justificativos morales.
Lo mismo que quiere cualquier político, cualquier partido. Todos se autoperciben mejores que los otros. Necesarios. Imprescindibles. Salvadores.
¿Casta?
El peligro, en el fondo, es uno y es viejo: cuando en pos de los fines empiezan a importar poco los medios.
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