Hay datos que, más que sorprender, interpelan. Uno de ellos es este: en Argentina, los hogares sin hijos ya son mayoría. Un informe reciente del Observatorio de Desarrollo Humano y Vulnerabilidad de la Universidad Austral muestra que la tasa de natalidad cayó un 40% en la última década. No se trata solo de una baja -que también se observa en otros países de la región-, sino de la velocidad y profundidad con la que ocurrió: la caída fue abrupta y sin precedentes en América Latina.
No es que Argentina tenga la natalidad más baja (Chile nos supera), lo destacable es que el derrumbe fue más rápido. Basta mirar la curva: del 2015 en adelante, la natalidad se desploma casi verticalmente, con una breve meseta durante la pandemia. Lo que vemos es mucho más que un dato demográfico; es un cambio de época.
¿Por qué está ocurriendo esto? Se trata de un fenómeno multicausal. La crisis económica es, sin duda, un factor de peso. La incertidumbre y la precarización laboral hacen que muchas personas posterguen (o descarten) la idea de formar una familia. Pero no es solo economía: hay también cambios culturales profundos.
Uno de los más notorios es la transformación del rol de la mujer. Su salida al ámbito público, su creciente autonomía y sus proyectos personales han redefinido tiempos y prioridades. Hoy, la mayoría de las mujeres no son madres entre los 20 y los 25 años, como sucedía hace apenas un par de décadas.
La maternidad se ha desplazado a la franja entre los 25 y 35, e incluso más allá. Pero el reloj biológico impone sus límites: muchas veces, cuando se decide buscar un hijo, ya no es posible. Ni siquiera con asistencia reproductiva, cuya efectividad rara vez supera el 40%.
La adopción, que podría ser una alternativa, también cae. En paralelo, crece el uso de métodos anticonceptivos definitivos como la ligadura de trompas o la vasectomía, incluso entre jóvenes que aún no han tenido hijos. La decisión de no tenerlos parece cada vez más presente como proyecto vital.
A esto se suma otro fenómeno: el aumento de los hogares unipersonales. En 1991 eran el 13%; hoy, el 25%. Una de cada cuatro viviendas tiene a una sola persona como habitante. Se trata de una tendencia que excede a los adultos mayores y que revela otra realidad: una sociedad que prioriza la individualidad y, muchas veces, evita el compromiso a largo plazo.
Un punto que debería ser central en las discusiones de política pública es la falta de corresponsabilidad dentro del hogar. Si bien las mujeres han avanzado en el mundo laboral, el cambio no fue acompañado por una redistribución equitativa de las tareas domésticas y de cuidado.
La elección entre maternidad y desarrollo profesional sigue siendo un dilema real para muchas. Y no hay políticas que faciliten resolverlo. Aún rige una ley de contrato de trabajo que concede apenas tres días de licencia por paternidad. ¿Cómo puede esperarse que los hombres asuman un rol activo si no se los habilita desde el Estado ni desde las empresas?
Y mientras tanto, crecen otros vínculos. En Ciudad de Buenos Aires ya hay más mascotas que niños. La tasa de natalidad allí es de 0.9 —menos de un hijo por mujer—, la más baja del país. Las mascotas ocupan muchas veces un lugar afectivo clave, especialmente entre adultos mayores. Pero también en jóvenes que buscan vínculos sin las complejidades humanas.
El desafío no es menor. Argentina envejece. Hace no tanto, solo el 2% de la población tenía más de 60 años. Hoy son el 12%. El país necesita repensar su pirámide poblacional y diseñar políticas de cuidado que ya no solo miren a la niñez, sino también a una vejez activa y digna.
Estamos ante un cambio estructural y, probablemente, irreversible que pone ante nosotros un desafío vital. No se trata de lamentar una época pasada, sino de entender los procesos que vivimos y actuar en consecuencia. Porque si la decisión de no tener hijos es cada vez más común, si la familia ha perdido relevancia, si ser madre o padre ya no es tan valioso para nuestro desarrollo personal y social, no podemos seguir pensando el país como si nada estuviera cambiando.
Lorena Bolzon es Decana del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral
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