En el imaginario popular la representación del gimnasio incluye no solo la actividad física, sino también cierto juego narcisista. Y es en el vestuario donde aparecen algunas diferencias entre el comportamiento de los hombres y las mujeres.
Entre los varones la imagen del post gym incluye algunos estereotipos: el tímido que se oculta de los desinhibidos, los ególatras que se jactan de sus atributos y aquel que se hace el “macho” para no revelar sus miedos. Estas imágenes anticipadas que abundan en la mente de los hombres condicionan la conducta real. Bajo el pudor o la vanidad se observa el cuerpo del otro. Conducta automática, premeditada o espontánea, en todos los casos algo de la curiosidad se impone en la mirada. Y es inevitable la comparación, la crítica, y cierta jactancia cuando se gana en el cotejo.
Rituales bajo la ducha
En las duchas y en el vestuario, mientras se habla del efecto del ejercicio o se maldice por el partido perdido, los varones reproducen códigos de masculinidad que sirven al ritual de unión. La virilidad se nutre de esta interacción. Sin embargo, no todos los hombres encuentran en ella motivos para sentirse orgullosos de su género. Están aquellos que se obligan a reproducir o acordar acciones que no sienten (bromas, juegos de mano u opiniones) para recibir la aprobación del grupo. En el otro extremo están los que se aíslan y hacen la suya, manteniendo su coherencia.
La máxima de que “todo chiste esconde alguna verdad” está más presente que nunca. Las bromas sobre el tamaño del pene o sobre el vigor sexual encubren preguntas que los hombres solo se animan a hacerse en la privacidad: "¿Será tan importante el tamaño del pene">