Funcionan como los márgenes de un río. No acotan la libertad (del agua), sólo la conducen, la contienen, la abrazan, para que en su transcurrir y en su circular no se pierda. Según los expertos, los límites, en las manos amorosas de los padres, son maneras de cuidar, de orientar y de educar. Dejar a los hijos librados a su propia suerte o a su proia decisión en todo momento es dejarlos expuestos al "límite" del afuera, que seguro será más duro e intransigente que el que pueden fijar los padres.
Padres e hijos no somos iguales, ni debemos serlo. El vínculo debe ser vertical, y debe estar basado en la autoridad del adulto para que el chico encuentre allí, en "los grandes", protección y seguridad. Si un niño se ve obligado a manejar las riendas se angustia, se desorienta. El límite, en cambio, lo estructura y lo tranquiliza. "A los chicos hay que cuidarlos y mimarlos, pero necesitan límites y conducción. Necesitan poder confiar en el adulto.Cuando el chico hace lo que quiere está solo, desvalido. Creo que en algunos casos hay exceso de explicaciones: hay razones que tienen que ver con que uno es adulto y decide. No hay que sentir culpa por eso. Es una manera de cuidar", dice la psiconalista Gisella Untoiglich.
El tema de cómo y cuándo poner un límite es una preocupación frecuente entre los padres. Los especialistas explican que a veces, al intentar evitar conductas que -de pequeños-- vivieron como autoritarias, los padres de hoy justifican ante sus hijos cada negativa. Y esa actitud, aseguran, no ayuda. "¿Por qué los padres pueden decir 'no' cuando sus hijos ponen los dedos en un enchufe y dudan cuando hay que decir 'no' a una golosina o a que se saquen la campera si hace frío o seguir un paseo cuando es hora de volver a casa">