“Hoy los papás quieren evitar dolor y sufrimiento, sin entender nada”, lanza Maritchu Seitún, licenciada en Psicología, especializada en orientación a padres. “Querrían evitarles las cicatrices a los chicos, y no solo no se puede, sino que si se las evito durante mucho tiempo, mando al mundo un hijo frágil, que no tiene recursos ni defensas”.
Autora de numerosos libros sobre crianza, acaba de publicar Criar con empatía en la adolescencia (Grijalbo), una guía para madres, padres y educadores que buscan acompañar a los chicos con amor y firmeza.
Explica que, después de generaciones marcadas por una crianza de estilo autoritario, surgió un modelo opuesto, excesivamente permisivo. En conversación con Clarín, sus claves para encontrar el tan difícil equilibrio. E insta a acercarse de a poco y nunca rendirse: “Lo peor que les puede pasar a nuestros hijos es que renunciemos a acompañarlos”.
― ¿Cuáles son los principales problemas que preocupan hoy a los padres de adolescentes?
― Los papás me consultan lo lejos que están de sus hijos. Creo que no tienen conciencia de que el problema es la comunicación, y que ésta se va regando y cuidando para que no se pierda. Cuando se encuentran con el adolescente que les cierra la puerta y les contesta mal, no saben qué hacer, sin darse cuenta que el problema viene gestándose desde antes.
Antes de este libro, escribí Latentes, que tiene que ver con todo lo que no podemos descuidar en la etapa de la escolaridad primaria, para seguir siendo brújula y faro para los chicos, un referente para nuestros hijos.
En la adolescencia obviamente el chico va a decir “callate, no sabés nada”, pero si fuimos sus referentes en épocas en que ellos nos iraban, en la adolescencia se va a caer un porcentaje, pero no al 100%.
Sin embargo, si cuando estuvieron en primaria los dejé “a su aire” (“total, tienen amigos, les va bien en la escuela, no pasa nada…”), no voy a tener de dónde agarrarme cuando lleguen a la adolescencia. Por eso creo que tenemos que estar atentos.
Y si tenemos hijos adolescentes con este tema, empecemos a acercarnos, interesándonos por lo que a ellos les interesa, haciéndoles masajes en la espalda, escuchando su música, sin asustarnos, sin enojarnos horriblemente. Creo que tenemos que hacer como el Zorro con El Principito: cuando me tenés confianza, me acerco un poquito... Vamos despacito, pero nunca es tarde. Hay que arremangarse y hacer toda esta tarea.
― Y haciendo un balance temporal, ¿cómo cambiaron esas preocupaciones a lo largo del tiempo?
― Las preocupaciones no son distintas; me parece que queremos que los chicos estén seguros, sean felices, tomen buenas decisiones… Lo que pasa es que hoy, a partir de las redes, entra en la cabeza de los chicos un montón de información que los confunde, y los papás están dando manotazos de ahogados, porque los adultos venimos como con atraso. En vez de estar un paso adelante, estamos un paso atrás, tratando de tapar agujeros.
Creo que es importante conversar sobre lo que vemos, sobre la letra de las canciones que escuchan, sobre la pinta de la chica que canta en el videoclip... No con el dedito levantado diciendo “las cosas eran mejor antes”.
Es tremendo cuando voy a hablar de algo con un hijo de 14 ó 15 y me dice “callate, vos no entendés nada, sos un antiguo”: quiere decir que hubiera habido que hablar dos o tres años antes sobre ese tema (sea sexualidad, marihuana, tatuaje, o lo que sea). Tenemos que tener una comunicación fluida para muchos temas, mucho más que antes.
Antes toda la sociedad cuidaba a los adolescentes, y hoy la sociedad externa no sólo no los cuida, sino que los busca como consumidores, como clientes para que gasten plata; no les importa el bienestar de los adolescentes, lo que quieren es que consuman.
El director de la serie Adolescencia dice “hace falta un pueblo para educar a un niño”. Hoy no educamos en comunidad: nos peleamos con la escuela, con el vecino que reta a nuestro hijo... y estamos muy solos. Es importante educar en comunidad.

― ¿Cuánto influyó la explosión de la serie Adolescencia y cuánto de esa espuma viral creés que impregnará realmente?
― Me encantaría contestarte que no es espuma, que esto va a perdurar. Pero me cuesta pensar que sea así.
Pasó lo mismo con la pandemia: yo creí que íbamos a salir todos sabios, mirando para dentro y queriendo tener un ritmo más tranquilo. Y no fue así.
Ojalá me equivoque y los padres de adolescentes tomen conciencia de que tienen que meterse en el mundo de sus hijos. No meterse invasivamente: conectar, preguntar, saber, interiorizarse con mucho respeto (no a los martillazos), y que esto perdure, tanto en los padres como en los hijos.
Porque ellos vienen de una crianza muy de “acá estoy yo y hago lo que quiero”, y si la adolescencia es omnipotente de por sí, un chico que ya llega con omnipotencia a la adolescencia, es omnipotencia al cuadrado, y es de alto riesgo.
Los chicos también tienen para aprender algo de la serie: pará, te podés equivocar, podés hacer cosas que no están buenas, podés preguntarle a alguien. A tu mamá, a un profesor, al pediatra… Pero estate atento, que los grandes algo saben.
― ¿Cómo manejar el miedo? A que les pase algo, a que no encajen, a que sufran, a no estar a la altura…
― Con tanto avance tecnológico, nos convencimos de que “podemos” cualquier cosa: que vamos a poder controlar y estar seguros de todo y que sabemos dónde están nuestros hijos. Y resulta que no es así: no es así hoy, y no era así antes. Yo me subía un colectivo a las 5 de la mañana para ir a la facultad y no me pasó nada, pero me podría haber pasado.
Hoy estamos muy acostumbrados a tener mucho control y a creer que con ese control, nos podemos salvar; y no es verdad.
Además, tenemos el cerebro lavado, y queremos que a nuestros hijos no les pase nada, que sean felices y cuidarlos de todo: no solamente del peligro de que les roben, sino de que una amiga le diga que no quiere ser más su amiga o que se pelee con el novio.
Y no se entiende que todo eso nos ayuda a crecer.
O sea, hoy los papás quieren evitar dolor y sufrimiento, sin entender nada. Pelearme con una amiga o dejar de tener un novio me hace darme cuenta de que quizás yo fui un poco egoísta. Todas esas cosas, nuestras cicatrices, nos hacen quiénes somos. Y creo que hoy los papás quieren evitarles las cicatrices a los chicos, y no se puede.
No solo no se puede, sino que si se las evito durante mucho tiempo, mando al mundo un hijo frágil, que no tiene recursos ni defensas.
Pasarla mal junto a papá y mamá es una manera de ir adquiriendo recursos para cuando yo lo pase mal lejos de papá y mamá. Si cerca de papá y mamá lo paso fantástico, no me voy a querer ir de al lado de papá y mamá (porque este lugar es el paraíso) y, cuando eventualmente lo pase mal afuera, no voy a saber qué hacer (porque la que sabe es mamá o papá).

― ¿Qué hacemos con el famoso “lo hacen todos”, ya sea con el UPD, el celular, las redes sociales…? ¿Antes la paternidad se guiaba menos por lo que hacían los demás, y no se tenía tan presente el miedo a “que se quede afuera”?
― Antes era menos visible todo eso. Es verdad, antes los papás decían “yo digo esto y aguantátela, si te gusta bien y si no, listo”. No estaban mirando al vecino a ver qué hacía. Pero, además, no tenían miedo al hijo, es decir, no estaba en juego “si me querés o si no me querés”. Y no es nuevo: ya en 1970 (el educador y filósofo) Jaime Barylko tenía un libro llamado El miedo a los hijos.
Creo que tenemos que perder el miedo, y hacernos fuertes para tolerar que se enojen con nosotros, porque esa es otra premisa de esta sociedad, que dice: “¿Cómo lo vas a hacer enojar?”
Además, el “todos lo dejan” es mentira.
Un ejemplo clásico de la adolescencia son las fiestas en los descampados: es un disparate dejar ir a un menor a una fiesta que anuncian dónde es un rato antes, donde no hay custodia, no hay adultos, no hay ambulancias, no hay nadie que cuide. ¿Para que mi hijo no se quede sin la fiesta, lo voy a dejar ir a ese lugar? ¿O le voy a decir que no y me voy a bancar que se enoje conmigo? A lo mejor al día siguiente el chico me va a contar “fulanito tuvo un coma alcohólico”.
Hay una cosa que nos puede proteger y es armar comunidad con los otros padres, para ver a qué edad nos parece que le damos el celular, qué tipo de programas nos parecen razonables para esta edad (14, 15, 16), cuándo habilitamos el Uber y cuándo los llevamos nosotros y nos turnamos los padres… Armar comunidad de padres nos ayuda un montón a cuidarlos. Y por ahí van a decir “todos”, pero no son todos, porque este grupito de papás y mamás, de estos 10 chicos, no hicimos eso.
― Relacionado con el miedo de los padres a los hijos, quería consultarte cómo se lee la crianza respetuosa con la intención de criar distinto y “no hacer lo que me hicieron cuando yo era chico”. ¿Ese rechazo a una educación rígida llevó a cierta ausencia de límites y darles “todo” lo que quieren?
― Sí, la sobrerreacción al autoritarismo lleva a estos padres permisivos que tienen a “su majestad, el hijo”. Pero “su majestad, el hijo” es frágil.
Tenemos que lograr un término medio, que tome lo mejor del autoritario (la firmeza y las pautas claras) y el permisivo (ponerse en el lugar del hijo y entender lo que les pasa): “Te comprendo, pero delimito con firmeza”.
Y entonces logramos un término medio, que es la verdadera crianza respetuosa: porque te respeto, te digo que sí a esto, pero te digo que no a lo otro. El respeto no es que sí a todo, eso no es respetar. Te diría que, a veces, decir que sí a cosas que deberíamos decir que no es abandonar.
― Antes hablaste de los chicos como consumidores: ¿cómo ves el tema de las apuestas a edades tan tempranas?
― Cuando nosotros éramos chicos, no podías entrar a un casino antes de los 18 años y, además, tenías que llevar dinero en efectivo, no había tarjeta.
Estos chicos (mucho antes de estar preparados para reconocer lo que está bien, lo que está mal, lo que es valioso y lo que no es valioso) se ven tentados por corporaciones, y se dejan llevar porque no reconocen que en realidad los están usando y que van a terminar sacándoles plata, y convirtiéndolos en dealers (“cuantas más personas entren a través mío, yo voy a ganar una parte…”).
― Y desde el rol del del adulto responsable, ¿qué hacer?
― El “transferime, transferime, transferime” me hace acordar al “comprame” del chiquito de 4 años que, si le decís “no tengo plata”, te dice “andá al cajero que te regala plata”: pierden noción del valor del dinero. En lugar de transferirles, que les den plata en efectivo.
― Si tuvieras que destacar un solo concepto clave de todos los temas que abordás en el libro, ¿cuál dirías que es el más importante?
― Que estamos siempre a tiempo. Que los sigamos de cerca y no nos rindamos, que aunque nos lleve mucho tiempo, tenemos que ir acercándonos despacito, como el Zorro con El Principito. Solamente saber que papá y mamá están ahí, aunque yo los tenga del lado de afuera y no les abra la puerta, me va a ayudar a tomar mejores decisiones. Lo peor que les puede pasar a nuestros hijos es que renunciemos a acompañarlos.
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Editora de las secciones Familias, Relaciones y Astrología. [email protected]
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