Padres y madres los hay de todo tipo, pero lo que seguro no hay son padres y madres perfectos. No importa cuán maravillosa haya sido nuestra infancia o cual cálido el recuerdo que tengamos de nuestros padres educándonos y que, por tanto, tengamos un modelo claro a seguir o todo lo contrario.
En algún momento, algún día, en alguna situación, se nos escapa un comentario que luego nos mortifica, una amenaza desmedida que no suma, un rezongo demasiado subido de tono del que luego nos arrepentimos, o algún adjetivo que jamás debiéramos haber dicho. Y es que si ser padres es difícil, intentar ser los mejores, es una tarea titánica.
¡Recalculando!
Los niños no vienen con un pan debajo del brazo y menos con un manual de instrucciones. Quienes somos padres sabemos que, como decía el poeta Antonio Machado, “se hace camino al andar”. No sólo porque nadie nace sabiendo cómo educar a un hijo sino porque además, aún cuando uno tiene clarísimo qué tipo de padre o madre cree que va a ser, termina a veces sorprendiéndose para bien o para mal cuando la realidad le demuestra cuán lejos está actuando de ese modelo mental.