Bologna duerme cuando está enviada sale con rumbo a la estación de trenes. Los comercios, en su mayoría, tienen las persianas bajas; otros, recién están amaneciendo, como algunos bologneses que se suben al colectivo número 38. No hay agua caliente en el termo para tomar el mate argentino que en el camino reemplace al capuccino italiano.
Frente a la estación, en el Hotel Mercure, parte del equipo Sauber, donde corren el brasileño Gabriel Bortoleto y el alemán Nico Hulkenberg, hace fila para subirse al micro negro que los traslada al autódromo Enzo e Dino Ferrari y que -se creía- llegaría más tarde que el treno 17543 (con Rimini, en la costa adriática, como destino final) directo a Imola que apenas se demora 20 minutos en hacer el trayecto a la estación.

Dentro del tren, el contraste con la ciudad que se deja atrás en este momento: un vehículo lleno de fanáticos -en su mayoría tifosi de Ferrari-, muchos de ellos italianos, conocedores de los imprevistos: cuando la partida ya tenía cinco minutos de retraso, por los altoparlantes se informa que hay un desperfecto en las vías. Cuando saldrá, en cambio, no es algo que se diga. Bajarse y tomarse un taxi deja de ser una opción cuando se consulta a colegas que alquilaron auto y que cuentan que la autopista está colapsada pese a que todavía faltan seis horas y media para la carrera. Justo entonces, el aire acondicionado se prende y también una ilusión de que la partida está cerca. Pero no. Al que madruga Dios lo ayuda ni el Trenitalia que prende el aire parte de la estación.
Una hora después del horario programado, el tren avanza por el binario 8 y explotan la emoción y los aplausos. Imola vuelve a estar a 20 minutos de distancia, aunque la pantalla no retroceda el tiempo como quiere hacer creer la pantalla actualizada que anuncia el arribo para las 8.25. Finalmente, tampoco lo hará a las 9.14, sino a las 9.28 porque por -obviamente- motivos desconocidos se detiene en las vías a unos kilómetros de Imola. "Menos mal que salimos con una hora de anticipación", se alegra una italiana que habla con un compatriota que esa misma mañana había llegado desde Sicilia. "La pasión por Ferrari", le dice él. "La pasión de Cristo, qué calvario", se ríe ella.

Si bien se llega cinco horas y media antes del comienzo de la carrera, no se evita el caos que representa acceder al circuito atravesando el centro de un pueblo que deja su monotonía de domingo. A diferencia del sábado, cuando sus vecinos recorrían la feria con frutas, verduras y ropa y zapatos usados en la plaza principal y otros tantos se sentaban en los bancos del Viale Dante Aligheri para ver a los fanáticos de la F1 pasar, hoy Imola está tomado por personas de nacionalidades e idiomas tan distintos como curiosos. Entre ellos, claro, muchos argentinos que viven con furor el regreso de Franco Colapinto. "Muchaaaaaachos...", se escucha de forma aislada en un intento de encontrar entre remeras rojas a otro compatriota que continúe el tema insignia de la conquista futbolera de Qatar. "Ahora nos volvimo' a ilusionar", aparece como respuesta casi inmediata. Y así, entre la marea de tifosi, argentinos de acá, de allá y de esos que andan repartidos por el mundo se reúnen con un objetivo en común: alentar al joven de 21 años que los hizo viajar hasta Emilia Romagna para verlo de cerca.
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