Los famosos códigos del fútbol quedaron por el piso: hoy nadie le compraría un auto usado a Russo ni a Riquelme

El teclado parece una escalera al púlpito desde donde juzgar conductas ajenas. Es injusto. E innecesario, en este caso, porque los hechos hablan por sí solos. Son evidentes.

Riquelme llamó a Russo mientras Russo competía con San Lorenzo para ser campeón. Y Russo aceptó el llamado. Como mínimo, una desprolijidad.

¿Qué diría Riquelme si alguien se comunica con un jugador de Boca para llevárselo?

El domingo por la noche tras la derrota con Platense, el técnico no quiso itir lo que ya se sabía. No podía hacerlo. Hubiera quedado expuesto. No es la primera vez que ocurre. Cuando dirigía a Vélez y trascendió el interés de Boca dijo que cumpliría su compromiso con el club de Liniers. A los pocos días aterrizó en la Bombonera.

Tampoco es la primera vez que Riquelme llama a un técnico que está en actividad y con contrato firmado. Ocurrió con Gago cuando éste dirigía las Chivas de México. Gago negó todo. A los pocos días era el técnico de Boca.

Los famosos “códigos” del fútbol quedaron por el piso. No existen o existen según convenga.

Ahora bien, ¿con qué derecho se le puede caer a Russo porque acepte una oferta de trabajo? Una diferente, seguramente mejor.

¿Con qué derecho se le puede pedir a Román que no vaya por el técnico que eligió aunque el técnico esté trabajando? Con el derecho que ofrecen quienes tienen como bandera aquellos “códigos” y enrollan la bandera según convenga.

Primero Gago, ahora el déjà vu con Russo. Irrita. No al suscripto, insignificante en esta historia. Irrita a los hinchas y socios de San Lorenzo. Y también a los de Boca que ven el modo de conducirse de su presidente. Tiene derecho, pero no es ejemplo de nada.

Queda expuesto también el coro periodístico. Pocas voces, y en tono bajo, advirtieron lo que se estaba cocinando. Más obvios son los operadores de turno.

Russo es un buen tipo. Me consta. Lo conozco. Nunca hablé con Román, así que no sé. Pero pasan estas cosas y provocan desilusiones. Uno no se baña en agua bendita. Pero tampoco le compraría un auto usado a Russo ni a Román. Por las dudas.