Boca. De local. En la Bombonera. Que late y que hace temblar hasta al más valiente.
Eso es Boca.
Eso era Boca.
Cuartos de final del Torneo Apertura de la Liga Profesional. Afuera. Era la única obligación en este semestre después de haberse quedado sin lugar en la Copa Libertadores por culpa de un modesto Alianza Lima -¡que le ganó la serie en la Bombonera!- y sin siquiera chance de tener revancha en la Copa Sudamericana. Era lo único que quedaba, sin contar la Copa Argentina, antes de un Mundial de Clubes que luce, a priori, desigual con las potencias del fútbol europeo. Es fútbol, claro. Pero al fútbol hay que ayudarlo. Y Boca no ayuda. Falta menos de un mes para el debut contra Benfica.
Si no puede con los de acá, difícil imaginar que pueda con los de allá. Pero el problema es otro. Boca no se da cuenta de que es Boca. Boca no se autopercibe Boca. Y así empieza perdiendo todos los partidos. Aunque los gane.
Independiente tal vez no tiene mejores jugadores. Pero es mejor equipo. Y eso que no la pasó bien en el primer tiempo. Pero llegó el gol de Álvaro Angulo, golazo, y Boca desapareció de la cancha.
No atacó Boca. Se derrumbó el equipo después de esa patriada del colombiano. Se derrumbaron las ideas. Ni siquiera hubo energía que bajara de las tribunas. Ni la positiva. Ni la negativa. Esa que obligó a salvar la ropa días atrás ante Lanús y que terminó horadando a los rivales en la serie de penales. Llegó demasiado tarde. Con la eliminación consumada.
Porque Boca siempre tuvo vergüenza de perder. Pero este equipo no tuvo vergüenza cuando se vio abajo en el marcador. Independiente no sufrió a pesar de la diferencia exigua. Independiente esperó que pasara el tiempo. Y lo pudo haber ganado por más. En realidad, Boca lo pudo haber perdido por más. Porque no tuvo fútbol, no tuvo ideas, no tuvo carácter, no tuvo rebeldía. Boca, se insiste, no fue Boca.
Porque Boca es grande, enorme, porque inspira respeto. Es cierto que mejoró mejor suerte en la primera parte. Que si Palacios metía el gol que se perdió con el arco vacío, que si Merentiel estaba más fino... Que si... Todos supuestos. Acá no hay mereciómetro que valga.
Independiente, el mismo que hace 23 años que no puede ganar un título local, el mismo que dependió de un influencer para levantar a medias una deuda impagable, el mismo que cambió dirigentes como si fueran tapones de un tablero eléctrico del siglo XX, tiene un plan desde que Vaccari se hizo cargo del equipo. El fútbol salva a los desaciertos en las oficinas.

Un plan que Boca no tiene. Ni en las oficinas ni en la cancha. Así no puede maquillar los errores que viene cometiendo la dirigencia. Porque Gago llegó como el salvador y, al final, hizo lo posible y lo imposible para autoboicotearse. Hasta traicionó sus convicciones futboleras en el afán de permanecer. Y no permaneció.
Porque Riquelme, curiosamente desorientado a la hora de tomar decisiones vinculadas al fútbol -de lo que sabe un montón-, le dio cuerda a un Herrón que se sienta en el banco y no parece tener licencia para conducir a Boca. ¿Por qué no buscó un DT con más chapa? ¿Lo buscó? ¿O será que nadie se anima a subirse a este barco que naufraga en loop desde hace un tiempo demasiado largo?
Porque la historia de Boca no ite que el equipo no tenga vergüenza. Boca se tiene que llevar a todos por delante. En subida y en bajada. Pero este Boca está lejos de ser Boca. Nunca puso en duda el resultado desde que Angulo metió el gol. Y eso debe ser lo que más le duele al hincha de Boca. Ver a un Boca que no es Boca
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