“El ‘espejo negro’ (Black Mirror) del título es lo que usted encontrará en cada pared, en cada escritorio, en la palma de cada mano: la pantalla fría y brillante de un televisor, un monitor, un teléfono inteligente”. Así explicaba la serie Charlie Brooker, creador de la serie, en 2012.
La tira era entonces conocida por el público británico y los aficionados a los torrents. Hasta que en 2015 Netflix compró sus derechos y se hizo masiva.
Los tópicos de los episodios son provocadores: un primer ministro al que extorsionan para que tenga sexo con un chancho mientras lo transmite a todo el país, un pequeño chip que graba todas nuestras vivencias, una mujer que pierde a su pareja y lo “revive” a través del rastro que dejó en las redes sociales. O un sistema de “likes” en la vida real que habilita a la gente a tener a diferentes servicios, productos y, sobre todo, relaciones sociales.
Cuantas más personas empezaron a verla, más se extendió el comentario general: los problemas que la serie plantea no parecen ser tan lejanos a los de nuestra sociedad.
Las cuatro temporadas son, hoy, un tópico ineludible para pensar la tecnodependencia. Desde los medios hasta la academia, Black Mirror ha suscitado todo tipo de debates y se convirtió en una cita ineludible del pensamiento coyuntural.
¿Cuál es la naturaleza de un recuerdo? ¿Somos nuestras vivencias o nuestros pensamientos">