No duerme pero es posible pescarla con fiaca. Un domingo a la mañana, Corrientes, entre el 1200 y el 1600, muestra espacios culturales, pizzerías y bares que son íconos porteños. Aunque sin bullicio ni luces de neón, invita a explorarlos en otros aspectos.
Difícil no ojear libros. Según el Foro Mundial de Ciudades Culturales, Buenos Aires es, entre 27 urbes del mundo, la que tiene más librerías por habitante: 25 cada 100 mil, 467 en total y el 26 %, en este barrio. Sólo entre Uruguay y Talcahuano hay al menos tres, y cierran de noche, tarde.
¿Teatro? Fuentes oficiales estiman que existen 230 salas en la Ciudad –y están los vecinos que trabajan por recuperar otras, como los de Parque Patricios por la del Cine Teatro Urquiza–.
Pero no se trata de mirar carteleras nomás. Mejor, aprovechar la tregua que da el vértigo y terminar de despejar el lío visual para redescubrir edificios: el coqueto frente neorrenacentista del Lola Membrives (1927), sus vitrales y sobrerrelieves, o las torres art decó del Metropolitan (1936).
Después, pizza en Los Inmortales (1952), helado en Cadore (1957) y té en El Gato Negro (1927), donde es casi imposible no tentarse con los perfumes y llevarse a casa blends o especies. Souvenirs del viaje. Viaje, sí. ¿Cómo llamar si no a este paseíto en el que lo que generalmente invisible se deja observar y trastoca por un rato la típica postal">