Volviendo a Londres en tren el otro día, iba abriéndome paso hasta el coche comedor cuando fui presa de un shock al notar que prácticamente todo el vagón iba leyendo... novelas. Esto me alegró: en parte porque he comenzado a temer que estemos viviendo una especie de pesadilla de programa de talentos por TV, y en parte porque paso buena parte de mi vida escribiéndolas. ¿Dónde estaban las [revistas] Heats y las Closers? me pregunté ¿Las Maxim y Cosmo? ¿Dónde los iPads, los iPhones, los BlackBerrys? Ni siquiera uno de los pasajeros hablando por el teléfono, maldición. Todos estaban leyendo. Silenciosa, atentamente, leyendo.
Mi alegría se tornó, diría, menos alegre cuando me di cuenta de que todos en realidad estaban leyendo el mismo libro. Sí, adivinó: La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y que finalmente se convirtió en la Reina en el palacio de las corrientes de aire. En los tres vagones siguientes, la misma historia –hombres, mujeres, bebés. Un vistazo por la ventanilla reveló que hasta las vacas estaban en la misma –concentradas, olvidadas del pasto. Y cuando finalmente llegué al coche comedor, recibí como saludo un suspiro y un ceño fruncido que indicaban: “¿cómo se atreve">