César Borda, Julio César Toresani y Leandro Cogrossi fueron tres víctimas fatales se cobró la depresión en nuestro fútbol en 2019. Dos pibes que no llegaron a Primera División: Alexis Ferlini, arquero dejado libre por Colón de Santa Fe, y Leandro Latorre, delantero libre de Aldosivi, de Mar del Plata, se quitaron la vida en 2020. Y ahora, en este comienzo de 2021, fue encontrado muerto el delantero de Godoy Cruz, el uruguayo Santiago "Morro" García, en Mendoza.
Hubo muchos más casos hubo en el fútbol argentino: Alberto Pedro Vivalda (River, Millonarios de Colombia, Chacarita y Tigre, en 1997), Mirko Saric (San Lorenzo, en 1994), el boliviano Ramiro "Chocolatín" Castillo (en Argentina jugó en Instituto de Córdoba, Argentinos Juniors, River, Rosario Central y Platense, en 1997), Luis Ibarra (Tigre, en 1997), Sergio Schulmeister, en 2003, y Héctor "Pachi" Larroque, en 2011 (ambos ex arqueros surgidos de Boca); Mariano Gutiérrez (San Martín de Burzaco), o el ex árbitro Fabián Madorrán, después de haber sido despedido por la AFA en 2004.

Pasa en el fútbol y pasa en toda nuestra sociedad. Con o sin relación directa con la condición de ser jugadores profesionales o semi-amateurs, por regla general, todos los cuadros depresivos que decantan en un resultado fatal comparten un rasgo: la dificultad para exteriorizar lo que se atravesaba. En un ambiente de tanta exigencia como el deporte profesional y con tanta crítica exacerbada como la que se da en el fútbol argentino, este problema se agrava. ¿Por qué aún hoy, habiéndose derrumbado los prejuicios que marcaban a la depresión como una anormalidad, sigue siendo un martirio para los futbolistas reconocer este problema">